Soto la copa de esa haya transcurría una escena que, si me lee una monja insatisfecha o una hipócrita puritana, recomiendo abandonen ahora mismo este texto, ¡váyanse a rezar o coser!, que en el suceso fueron protagonistas un pervertido y una marrana. Adjetivos son un sarcasmo, sustituyo ahora que se han marchado la furcia que alivia al sacerdote y la feligresa que se mantiene virgen hasta su desflorar por un pasmarote, y ya sin esta escoria confieso a mi estimada lectora y afines varones que el guion es un éxtasis, aquel que ustedes y yo ardemos por vivir, mamíferos acoplados en cuyo trajín no se desiste hasta sucumbir.

Presencié yo el espectáculo siendo adolescente, mas me mantuve a distancia, en parte por evitar ser descubierta y también por no querer interrumpir. Reinaba aquel silencio en la atmósfera que, aun intercediera una milla entre navíos suyos y mío, percibía ese tosco gruñir de los bélicos corsarios al bautizo del abordaje, arrean desnudos con el tornillo y la tuerca que son maestros del bricolaje, y la ira con la cual embate el bucanero provoca en la marinera unos gruñidos que, en mi inexperiencia juvenil, pensé obró por sabotaje, pero al meditar un rato vi me había equivocado, son los típicos bramidos del ciervo enamorado.

Abrazos son de aquella ternura en la fusión que es imposible igualen los metales en su fundición, y de los besos lascivos no se puede falsificar el sello que imprime su íntima pasión. Cándida yo por aquellas épocas me agazapé tras unos matorrales por divisar desde otro ángulo, príncipe se halla supino y la princesa cabalga sobre la estaca enhiesta como un pino. Saltaba la hembra con unos botes que, disculpe mi inocencia, sospeché se había clavado pincho de un zarzal en el culo, pues es un precioso paraje natural y campo rural es el cubículo, mas recitaba la moza un libro inaudito de parco versículo, era todo un sigue y repetía y añadía una sílaba escueta de alegría a cada capítulo.

Despojaron enardecidos aquel velo inducido de la vergüenza, y con la desfachatez que yo halago se revolcaron sobre los hierbajos del pasto prado. Escena me recordó la matriarca enfrascada en rebozar croquetas, diferencia radica en que progenitora labora con el delantal de cocina, y los amantes exhiben sus carnes cual narcisos atletas. Falanges distales escarban las raíces de la tierra sembrada, si prosiguen por esa estrategia hallarán gusanos y la cabra de ayer enterrada, y al cambiar su táctica se arañan con las púas de las uñas, ¡cuidado!, tenéis arena en las pezuñas. Nada les importa, dado les hierve la sangre por las venas, jadean que asustarán las abejas de las colmenas, y en aquel jolgorio que se convierten en tenor y soprano llegaron a la cumbre de la ópera, pelvis taladra que excava un pozo de petróleo, y la musa presenta ese aspecto que inspira a pintor su retrato al óleo.

Cisternas de los tanques reventaron, y yo, presa de un pánico que no sé por qué, hui a toda prisa, ruta que emprendí fue imprecisa, aunque recuerdo un calor en mis mejillas sonrojadas, y un arqueo elevado en mis labios que dibujaba mi bonita sonrisa. Corrí con aquel mismo afán de cuando infante perseguía el aleteo de mariposas emigrantes en la radiante primavera, regateé encinas y alcornoques y cuyo magno madroño, a mediados de otoño, me obsequia con sus frutos blandos y escarlatas, ¡cómalos maduros!, que sufrirá retortijones y nauseas si se los zampa aún retoños. Correteé los senderos que han obrado jabalíes con aquel zanco que es una homenaje a la era mía de párvula ilusa, y fue tanta mi vertiginosa velocidad que, al adelantar un corzo adulto, me quedé patidifusa.

Llegué hasta esa roca donde en diciembre se perdió un burro patán de la urbe por estos montes, y dado nadie le vi regresar suponemos debió de caer por el precipicio espectacular, y aquí, en estas montañas donde de vez en cuando hacen su incursión cuyos buitres planean por las corrientes aéreas desde las comarcas vecinas, apuesto yo que fue la merienda de rapaces andinas. Sentada en el banco pedregoso, contemplé ensimismada el celaje sereno hasta lo hondo, se divisa a leguas que si cifro en decenas sepa me queda corta, e incluso cuenta la leyenda que en el siglo pasado, un abuelo hoy ya por la muerte petrificado, se dio tal magnífica condición de visibilidad que la momia vio un barco donde justo ahora he señalado.

Impasible y en un estado casi hipnótica, permanecí en aquel maravilloso templo hasta que la brújula náutica, de los antiguos lobos marinos, comenzó a esparcir sus estrellas centellantes por cuya cúpula celeste, si observa atentamente, oscurece su azul mientras el astro febo se acuesta en la almohada de aquella cordillera agreste. Toca regresar, que con el azabache impenetrable rige la autoridad del búho y la lechuza, y las pupilas que a nosotros nos alumbran tienen habilidad diurna, y requerimos de focos o linternas para sostener sin tropezar la destreza nocturna.

"Regresé a casa tras ver los amantes bajo la haya"

Noches son frescas, que en esta altitud aborrece el invierno hasta ese timador navideño que se pasea con sus barbas y el trineo, pero el mayo gentil permite al piragüista dar sus paladas en los lagos por los deshielos con el remo, y los sabios que se esfumaron en octubre retornan por deleitar al teatro con esas modulaciones de distinto baremo. Cual luce turquí en el plumaje entona melodías de una ráfaga impresionante, pájaro que mezcla el caoba con el andrino y ambarino deleita unas arias cuya estrofa es de rima fascinante, y el ave de un llamativo azafrán en la cresta de su pico tiene un repertorio mutante, pues intercala el sonido fino de un castrado con el grave arrojo de un barítono apabullante.

A pesar de su benevolencia climática, es necesaria la liviana hoguera, aunque suprimo la violencia por azuzar las flamas rugientes en cuya leña crea aquellos torreones que carbonizan la caldera. De ser madera húmeda y verde, sacan por el borde de la corteza una espuma blanca, y las chispas que explotan de las bengalas festivas crean una magia muda que al rapsoda charlatán desbanca. Forastera de su aurea, me calentaba las palmas frías en el margen prudente de no entorpecer aquellos torbellinos calientes que trepan por el tiro de la chimenea, ¡hágalo!, y sentirá un insoportable quemazón de cuyo remolino abrasador menea.

Recuerdo aquella víspera pues, pensativa y sin lograr conciliar esos síntomas que ya previenen del sueño, venían a mi mente fotogramas esporádicos de cuya romance se hizo en mi memoria dueño. Tal cual fuese ese día, en fecha actual tengo el nítido acto de la actriz con el seno exuberante y el actor poseído por un delirio exorbitante, vientre y muslos y nalgas que acariciaba con su zarpa sin guante, aquellos morreos de un ímpetu exultante, y un gozo al que se inscriben por participar desde el polizón al almirante.

Al alba siguiente, sustituido el crepitar de los tablones por la ceniza que simboliza los fúnebres horrores, volví a aquel majestuoso árbol con la esperanza de encontrar los tórtolos en su merecido reposo, pero al encontrar la hectárea desierta regresé de lunes a domingo, la semana siguiente y el mes consecutivo en el calendario, mas no hubo ni rastro de gacela y dromedario. Jamás regresaron, del pueblo con sus chozas diseminadas no son vecinos, y con el paso de los años, ya marchito el candor que en nuestra infancia angelical es innato, supe que la sana fechoría se incluye en el catálogo de los alborozos clandestinos.

De la efeméride se cumple una década, y su divulgación narro en público justo en cuya onomástica se celebra data de mi nacimiento, cumplo la veintena exacta de cuyo parto, según las crónicas de trovadores, fue un aburrimiento. Revestía yo la apariencia cebada de un cochinillo, y llegó a tal extremo el tedio que en la aureola del influjo matinal vino la enfermera, me abrigó con una manta, y abriendo la cancela del hospital nos dio al unísono los buenos días y el adiós, ¡vaya a amamantar a sombra de esa palmera!

Deduzco será por este incidente que me fascina la naturaleza, en riberas de ríos almuerzo y hago fotos, y sumergiendo las patas por su cauce atrapo cangrejos con el sumo sigilo de no causar alborotos. Si es vos drástico con el movimiento, marisco propulsa su muelle por huir como un rayo, y se escabulle igual si parlotea como un papagayo. Acérquese de lado, brazo lleve por detrás, y sin necesidad de redes o tenazas lo agarra con firmeza, mas vigile con sus pinzas, que a quien le pellizca todos los santos reza. Quejas son exageradas, es mucho peor el aguijón de la avispa, y el corte que le causa sus sierras se tapona todo sólo, aunque puede ponerse una tirita si la sangre le crispa.

Por los bosques me adentro hasta esas panzas que se extravían los perros, y de oír la presencia de algún espécimen de nuestra especie procedo en mi pericia por amagar, nunca se sabe si es un honesto nativo o pertenece a las calañas que están cencerros. Penetro a esas profundidades que, en la noble intención de la mejor descripción, rebusco un símil fácil de ilustrar, o una metáfora que no sea vulgar, pero es difícil de lograr, dado las sendas por cual deambulo hay tramos en que me he de agachar, y al embestir desde las brozas a los tojos sé que me voy a pinchar. Veredas desaparecen o han sido siempre extintas, y en las exploraciones intrépidas me topé con la chabola de una bruja, y al picar en su aldaba me dio un lacónico saludo, ¡qué haces por aquí, granuja!

Señora no vuela con la escoba, tampoco dispone de un horno por guisar a los críos de que la morada despistada roba, y en el ápice de su nariz no se alza esa verruga que el dibujo del artista pueril adoba. Es simplemente una mujer que la sociedad ha sentenciado a muerte, vive en una cabaña que ha construido con palos y plásticos, apenas son tres metros cuadrados sin el lujo de sótanos o áticos, y un cacho de pan le entrego pues su estirpe tienen por condena unos finales dramáticos. Volví de vez en cuando, y en aquellas tempestades sorprendentes, propias de este clima, donde el termómetro se despeña de la calurosa buhardilla a la gélida alcantarilla, me temí lo peor. Acudí tan pronto temporal amainó, se prolongó de miércoles a sábado, y al aproximarme me recibió un inconfundible hedor. Le advertí de las consecuencias, ¡vete!, en la metrópoli podrás vencer las inclemencias, mas al ser testaruda la guadaña rubricó su oficio, carroñeros habían acudido al festín con esa premura que únicamente quedará el hueso por desperdicio, ¡y allí la deje!, entierro seguro le gustó y es ceremonia que para mí codicio.

Con animales convivo, usted en la urbe con los cerdos bípedos y yo aquí con bichos que son como la gente, algunos son simpáticos y otros tienen esa actitud peligrosa e impertinente. Con felinos me distraigo, caballos tenga en cuenta su carácter, pues si son amigos es un excelente aliado, y son reacios y cautos cuando desconocen al forajido. De tratar al cánido del granjero me divierto, mascota de mote cómico se espatarra para que le rasque la barriga, pero los mastines de esa otra finca atacan locos a morder, y si se ha de defender es insuficiente arrearles con la ortiga. Arma es imprescindible, y si la alimaña se enfrasca en el fatídico combate ¡usted no tenga duda!, que sabandija no tiembla en el cepo de sus colmillos, ¡lo ha de aniquilar!, con la escopeta o los cuchillos.

Melancolía me invade durante esas etapas que pernocto en la nauseabunda capital, patinetes tripulados por imbéciles que en la acera me quieren atropellar, turbas que, por el estrés de subirse al repugnante transporte público, están dispuestos al peatón y la estatua de granito avasallar, y en la tienda que he comprado zapatillas, al devolverme el cambio, el tarado del dependiente un denario me quiere estafar. Aquel transportista se discute con el ciclista por la preferencia en el semáforo, y el medroso horror alcanza unas cotas inimaginables cuando veo la inmensa cuantía de vagabundos que dormitan en cartones y sombrías esquinas, piden limosna tirados en las alfombras meadas, y me sorprende la marabunta que continua indiferente sin dedicarles miradas.

Supongo es la metrópoli aquella fábrica de basura que se acostumbra a las pestes que origina, y mis recorridos por sus calles tienen aquel ingrediente del suspiro ausente, ando de aquí allá y procuro sobrevivir sin ningún accidente, dado ese pirado me tose en la cara, el idiota que se cruza brusco ha de tener en el cerebro una tara, y el que es conmigo maleducado por simplemente preguntar un precio recomiendo lo degüellen con la cimitarra, nos hacen un favor a mí y al que toca elogiable la guitarra. Al contenedor acudo cuando bajo las escaleras, y me llama mucho la atención que siempre hay un pobre indigente buscando chatarra. Son oriundos y foráneos, hay de toda raza, y es tanta la cola en esta táctica que a las cinco de la madrugada me despierta unos trompazos, es un pordiosero con un carro de hierros que desmonta la nevera a base de ostias con la maza.

Volví con mi fauna en marzo urgente, y en el asiento tupido de piedras acudió por saber de mis vicisitudes un conejo, ¡os he echado mucho de menos!, y tengo noticias que te van a dejar perplejo. Cobaya que los ilusionistas engañan con sacarse de la chistera escuchó al detalle, y con el tono que detona mi estado atónita, ¡menudo trabalenguas he forjado!, conté gobierna un chalado golpista que ha encerrado niños y viejos de la cúspide al valle. Su bazofia uniformada patrulla por el asfalto buscando si algún imberbe comete el terrible pecado de chutar la pelota en el parque, o si el vetusto dinosaurio que arroja migas a las rateras palomas perpetra el criminal desliz de tomar el aire como hace el gorrión o la perdiz.

Si de mí se tratara, lo hubiera detenido y fusilado, pero la muchedumbre los balcones ha engalanado, recrean globos y esperpénticos bocetos de arcoíris y monigotes, y con esa porquería adornan ventanales por estar felices en el encierro de sus camarotes. A las ocho en punto, la legión de retrasados mentales aplauden a los asesinos como focas amaestradas, y yo, que reniego del dictador, me insultan los mazacotes, y desde el alfeizar me tiran desde blasfemias a cascotes. Mucha mejor compañía son los osos y los coyotes, y roedor que campa a sus anchas me advierte, ¡oí motores y sicarios que rondan por angostos cenotes!

Al cuarto crepúsculo superado su consejo, emprendí ruta por cuyos reinos no había ni una sola alma, estremecía aquella solemne calma. De los brumosas cimas al este al confín del oeste, impresionaba esa quietud que, desde la estepa siberiana a la tundra siberiana, es un señal de peligro, ¡acecha algún depredador!, quien ronda es el homínido que repugno y denigro. Urge esconderme, ¡aprisa!, es ya rutina, dado por la bóveda del planeta resuenan las hélices de aquellos helicópteros policiales que el tirano ha ordenado circular, buscan al revoltoso y al insurrecto cuya infamia es recolectar margaritas, o en su huerto los tomates plantar. Esquivar a los palurdos es muy sencillo, se oyen a lozanía las aspas que ha encendido el caudillo, y en la excursión voy a saludar al anciano que habita en su barraca junto un tronco moribundo. En ambos se ralentiza de su reloj la manecilla, del arbusto abandonaron ya las hiedras cuyo torso se apegaban con fuerza, y el yayo se enfrasca en escribir para su lápida la coletilla.

De pequeña venía con mi panda a su terreno, y por las recias ramas que se disponen como escaleras trepábamos hasta cuya cofa tiene por curiosa arquitectura el bosquejo de un arco en carpanel. Follaje fue un robusto barandal durante el periodo estival, y apostados cada colega en su lugar fantaseábamos en surcar océanos con una carabela, mequetrefe se apostillaba en el palo de mesana, el bruto saltamontes iba del castillo de popa al mástil de trinquete y por donde le daba la gana, el cobarde en el esquife y el ancla, y aquel con espíritu de capitán usaba un tierno brote como el timón al que gira o aplica palanca. Navegábamos inagotables hasta que la campana de la cena sonaba, y en ocasiones, con el rumbo enderezado o el galeón en puerto, charlaba yo con aquel labriego bonachón, que amable me daba altruista su erudita lección.

Recuerdo el parir de su gata, fue en quirófano al aire libre que se desconoce, pues marchó por cocer las habas, se acostó sobre el lecho, despertó con el estruendo del gallo, y a su venida ya los vio con la túnica limpia y deslumbrante, de la calabaza a la cola por tallo. Mininos destilaban un maullido frágil cuando extraviaban su pezón, palpan a ciegas todavía con los párpados sellados, y en las gallinas me enseñó rarezas de sus huevos, salían de su cáscara dos yemas, fenómeno divertido ha eliminado la ciencia alimentaria en los herederos nuevos. Ave de corral es incapaz de volar, mas duerme de pie sobre cuyas pértigas horizontales puede ser bellotero o higuera, y si le asusta o se empuja da un brinco que las alas despliega la ramera, y un aleteo realiza para amortizar su amerizaje en la encimera.

Olivos en aquella franja que delimita la aduana entre hectáreas son suyos, vestigios del pleistoceno cuanto menos, y aceitunas que dispensa, por ese diseño de obús, servían para bombardearnos siendo chiquillos, ¡te he dado!, gritaba yo, pero siempre había en el grupo aquellos capullos que se negaban a perder, ¡y ya les puede acribillar!, que tendrán su excusa para el impacto maquillar. Aluden le ha rozado, o le ha tocado de refilón, e indican que el mísil se ha proyectado allende, ¡bestia!, a ese firmamento hubiera requerido la ayuda de un tifón.

En cuanto al árbol en sí, maldecida se tornó su meta, mas le queda el consuelo que, por las hebras de las raíces o las semillas esparcidas en la moqueta, ha visto crecer al primogénito y la nieta. Tampoco se va con tristeza, vienen a menudo, en su visita por respeto, venados y liebres, o la jabata y la serpiente, pero por desgracia le toca turno al mayor enemigo que jamás ha existido, y que en la licenciatura de ser cruel y despiadado se ha distinguido.

Coincidió la data idéntica en que yo emprendí ese itinerario, aunque por acotar el recorrido aquí se ha de ser estúpido o turista para reseguir el meandro agrario. Atajos se inicia por el coto de los almendros, y en su arista boreal me imbuyo por la selva colindante, donde el parapeto que protege su belleza son matorrales de anzuelo punzante. Por su esófago y sus tripas no aguarde hallar ningún jardín de rosas, que para los herbívoros son las bayas y las hojas hermosas. Ascensor es mezquino sólo pensarlo, hay rampas que escalan o que por el terraplén resbalan, y el tapiz es cual ha de ser, acículas y hojarasca y polen y piñones, ¡esto es sano!, y no el putrefacto alquitrán de los cojones.

Al desvío a la cordillera occidental se sale a una explanada que es un encanto, amapolas y tomillo y orquídeas se exhiben descocadas sin la prisión de un búcaro oriental, y en ese recodo, ¡fíjese bien! se halla la haya cuyo síntesis ya está usted al tanto. Allí, al bando antónimo, se ubica el austero palacio del decano, pero en ese orden donde nada se deja al azar hay un carruaje anónimo. Luce en la azotea aquellas luces que sus fogonazos acompaña de la escandalosa sirena, y el pigmento enebro de la carrocería pertenece a ese tribu que deporta la panadera por ser morena, o perpetra rebeliones sin que su coronel se pudra en la trena.

Agazapada me acerqué con esa inquietud con nos acucia por el instinto propio de ser suspicaz, voy cuidadosa que son hiena audaz, y al analizar el porqué de su insólita presencia capto, a través de las ondas en el tímpano, riña entre el vetusto y los agentes, ¡qué diantres hacen!, todo indica que se trata de un rapto. Oigo la reyerta, ¡que se marche a su madriguera!, le espetan los hijos de putas de muy mala manera, y juran que de no obedecerles le meten en la jaula de la perrera.

"Veo los sabuesos sicarios abusando del desvalido anciano"

Discusión va en aumento, ya araba esos prados cuando los mamarrachos ni tan siquiera eran unos míseros renacuajos, mas la chulería de los garrulos emula la arrogancia de los grajos. Santo les hace entender que la siembra ha de regar, cardos y el césped que punge entre el forraje y la alfalfa se debe arrancar, y el ganado debe alimentar. De ahí no se mueve, fecundó cada espiga con ese sudor que, por el esfuerzo y el ahínco a pleno sol, su figura oscurece, y es tal la bravura de aquella esfinge enclenque que el toro palidece.

Decibelios son en aquel volumen que cualquier oído habría escuchado, pero esta estirpe de chimpancés es cual borrego anestesiado, y dado es imposible prueba en su contra o auxilio del prójimo deciden tomarse los poderes del rey, normativa que emplean son clausulas exclusivas de su corrupta ley. Escudriñan el cobertizo sin la correspondiente orden judicial, pistolas en su cinto y la rígida porra demuestran por aval, y aledaño a la conífera apilan, con aquella estructura cónica que es idónea en fogatas, el ligero escardillo y la azada plomiza con cual teje aquellos canales que son para el agua su pasillo. Amontonaron la pala y el rastrillo, y monto descomunal hicieron sumando la regadera y el saco y hasta esas tijeras de podar que usan desde el obispo retirado al monaguillo.

Construida su falla particular, arrancó cuyas lonas servían de toldo a su cobijo, y al desencajar los pilares por el estilóbato provocó el declive de su bucólico escondrijo. Temblor del fuste zarandeó el ábaco y las volutas del capitel, arquitrabe presionó de tal modo que sus platabandas se descoyuntan, y al inclinarse el friso es inevitable el derrumbe de la cornisa y la acrótera, mas indefenso por las carreteras bloqueadas no acude en su socorro ni el albañil o la charcutera, y mucho menos mostrará interés la corrupta y secuaz reportera.

Bidón con gasolina vierten todos sus litros, y en esparcir malicioso hay un arroyo que desemboca en aquel fósil botánico con el cual comparte la artritis y el reuma y la jaqueca, ¡observen!, los raigones momificados de uno ya no absorben, y del camarada sus dientes carcomidos son estériles por roer la teca. Con la cerilla y el fósforo crea una llama imperceptible, longitud es la huella del menique siendo generosa, pero al arrojarla sobre el líquido inflamable crea virulenta una deflagración portentosa.

Combustión es propia de los hornos del infierno, el premio de estos concursos se le otorga al diablo, y el daño irreparable es para el jinete que cuidaba de su establo. Rugen con un poderío que es inútil arrojar la garrafa, caucho y goma se deforman en aquel licuo surrealista que por documentar no hay ni fotógrafa, y cuanto fuera sauce o castaño o acacia se carboniza siguiendo aquellas pautas que su deriva pasa de largo el apeadero de las astillas, y donde se baja es la estación de la ceniza.

Torreón de fuego es majestuoso, y el abanico malicioso de las atalayas en que se divide alcanza mortal cuyo árbol por el cual derrama el mártir una lágrima. Verdugo se le acerca que, si usted confía en la bondad magnánima, habría de darle alivio o el sincero consuelo, pero un escalofrío recorre mis entrañas, dado los hechos equivalen a hundir la pierna ensangrentada en una piscina de pirañas. Asen al afligido por el hombro, ¡cuidado con el fariseo!, que es cual alevoso gladiador quiere proclamarse en el foso del coliseo, y cumpliéndose el peor de todos los pronósticos lanzó al eremita sobre el estómago de la lava incandescente. Duendes satánicos clavaron raudos su tridente, y golondrina ingenua que se calcina chilla de miedo y dolor impotente.

Llamaradas empinadas devoran impotentes al vejestorio que, por haber enmudecido, entiendo ha muerto, y producto de la indignación o la conciencia que se remueve emití un grito amenazante, ¡os he visto!, y de la venganza os juro y advierto. Par de pingüinos se quedaron pasmados, y desorientados pues creyeron carecían de cotillas miraron desde las nubes que se avecinan hasta aquella fábrica donde se elaboran longanizas y morcillas. Me localizan con sus prismáticos en el quinto intento, y a su grito exasperado de ¡deténgase!, me escabullo de mi campamento.

Galopan con esas piruetas patosas que ha tropezado el torpe fulano, y el morro se estampa contra la capa de abono y guano. Yo estoy que me descojono, en este territorio me desenvuelvo grácil cual hadas, y besugos cuyo ritmo les elimina las cucarachas en las fases clasificatorias no han visto guarida desde la cual les vigilo, ¡tranquilos!, si me detectan hay un infranqueable talud, y si lo osan rebasar van a rodar por el terraplén como si fuese un alud. Otean con su corazón en vilo, pisan cultivos y emiten alaridos macabros que menor peligro comportan los vampiros con sus incisivos. Revolver ha desenfundado un berzotas, y a las ninfas del auditorio les comunico se alejen de aquellos gorilas, que tienen una funesta atrofia en sus cocorotas.

Dan vueltas como una peonza, realizan una danza por la pista de baile terrosa que consiste en ida y venida del hemisferio austral al septentrional y viceversa, y el dialecto con el que sermonea será secuela de la distancia, pues comprendo tanto como el persa. Homilía que dispersa nervioso es cual cura a devotos en la iglesia, y yo prolongo el absoluto silencio durante aquel paréntesis en cual confían los bobos que voy a delatar mi trinchera, ¡no asomo la faz ni por el fajo de billetes en su cartera! Rodean el recinto por el perímetro exterior, y confluyen de nuevo ¡casualidades de la vida!, en cuya haya, cuenta la leyenda, plantaron los dioses para su descanso longevo.

Créanme que es verdad la fábula, y ratifico la frase de mi departir, aunque si todavía rebosan aire incrédulo lean minucioso cuanto les voy a describir. Mayúscula inaugural cita una herramienta, se trata de un hacha con el mango recubierto de moho, y filo colmado de aquel óxido que ahuyenta. Lleva postrada en ese rincón abandonada desde lustros pretéritos, y maestros enseñan que nadie ose tocar, pues sobre el artilugio pesa un maleficio tremebundo, ¡querrá saber por qué!, fue por la insolencia de un leñador arrogante y furibundo.

Vasallo de generaciones arcaicas asía a diario ese instrumento cual troglodita enarbolaba su garrote, y en su alarde de hombría derribaba martes el ciprés, jueves el olmo, viernes el abeto, y para el colmo continuaba con el ciclo el paleto. Actuaba por la mera diversión que espolea al gamberro, pero de repente, a punto de anunciar las campanas del monasterio la defunción del infernal agosto, se topó con un desconocido en cuya senda transcurre por el despeñadero angosto. Una densa niebla cubría la bóveda celeste aquella tarde, y en el intervalo del saludo afable y charla trivial emitió por sorpresa un aviso ese caballero que es un incógnito, ¡no toques aquel gigante!, o tu finiquito será fulminante.

Todo septiembre se jactó ese ogro de la bienintencionada sugerencia, y unas estridentes carcajadas incorporó de orfeón cuando amenazó en convertir su cuerpo en mesas y sillas, que el artefacto que maneja cómplice dilapida el acero en astillas. Tardó en ejecutar su veredicto, y fue tal la demora que habitantes de la aldea susurraban, ¡cobarde tiene miedo de perder su condición de invicto! Comentarios llegaron a su conocimiento, y un mediodía, harto de tanto grotesco cuchicheo, agarró el aparejo, profundizo en la selva a través del ejército arbóreo, y corrió con la furia indómita de un león, ¡détente!, es imposible que del duelo salgas campeón. Tiene la estatua un aurea divina, y de aquellas incursiones por conquistas de antaño fallecieron los soldados que le rompieron la rama o le fusilaron con la carabina.

Obcecado en la infausta heroicidad, apenas oyó la corneta de un centinela, y puntual arribó a cuya majestuosa silueta es de una hermosura y bizarría despampanante, con sus ramas zigzagueantes que son la cúpula idílica en el mosaico del sotobosque, y el abrigo de su espectral umbría lo ha confeccionado con tal sublime talento que no necesita ningún retoque. Estera cual indico son colonias de líquenes, eléboros ermitaños o los aromas de la aspérula por perfumados baños, o el tesoro de arándanos que codicia desde piratas a tenientes ingleses, o el meuco o aleluyas que son la golosina para cérvidos y reses.

Sin embargo, no vayan siquiera a imaginar un porte diabólico, y si dudan de mi opinión pregunten al sastre, que artesano coincide en un dócil resplandor, ¡fíjense!, he hallado en el pergamino de la hemeroteca una alusión, y en la definición de ternura concuerda quien fue de esta villa un cavernícola su fundador. Albergue dispensa al excursionista, apoyan la espalda en su respaldo del zángano al deportista, y todos destacan que el reposo a su zócalo es una vivencia exquisita. Lirones y ardillas se ceban de sus hayucos, martas de pelaje pardo oscuro se distraen con sus cabriolas y trucos, y de vez en cuando, según sea invierno o verano, guarece un peregrino huésped, cárabo en el altillo y armiño por el césped.

Ni paraíso que le circunda ni encanto que le inunda logró enternecer la maldad de aquel ignorante, y resultó que, al cuarto ocaso tras la perfidia, cuadrilla que se reunía en el ágora reparó en su ausencia, fue porque de sus blasfemias hubo carencia. Partieron en su búsqueda, mas en su rescate ocurrió algo tan extraño que ciencia mercenaria todavía no le ha dado explicación. Anomalía ocurrió en los acebos y los fresnos, demolió el villano a base de guantazos, y ahora, sin haber sembrado ni regado, se yerguen como si fuerza sagrada los hubiera resucitado. Análoga incidencia es válida en los serbales, y junto la intacta haya, corpulenta y hercúlea, tan sólo hay el símbolo de su derrota, ¡apartaros!, gritó el alcaide de entonces, ¡que nadie lo toque!, o el hechizo que pende sobre el objeto maldito lo convertirá en alcornoque.

Regla respetó las generaciones posteriores a rajatabla, mas aquel gendarme obvio el reglamento, y al verle apropiarse del trasto he de reconocer se me cortó el aliento. Revisó orangután el cacharro de cabo a rabo, y al realizar al vuelo unos rudos balanceos cual trapecista circense se ciñó una tenue humareda, que desde aquel valle seco rueda. Malabares, de haber sido aliado, habría pedido interrumpir, pero ante sicarios jamás se me ocurre a su favor irrumpir. Déjelo hacer, aunque una tragedia va a ocurrir, son los indicios la trina de la urraca y la manta negruzca que en el techo del mundo terráqueo se destaca.

"Analfabeto quiso cortar la haya sagrada"

Azuzó por la pancera, arqueó trazo donde la greba, subió por la diestra cadera y presentó su cizaña fúnebre al centro del peto con aquella obscenidad típica en la hambrienta soltera. Recostó limítrofe al gorjal, y en el vacío de cuyo bol protegían los guerreros con el yelmo ideó una táctica maquiavélica, ¡cuál fue!, talar el soberano del hayedo a ras de su placa tectónica.

Pérfido mendrugo que se adjudica a sí mismo el tratamiento de un marqués se acercó al coloso por inmolar al gigante, y al dar su primer paso se oyó un silbido, percibí yo y el cortesano, que sonó con aquel enfado que a cualquier de nosotros nos haría desistir, pero ufano de soberbia galones matizó en cuestiones de clima ser veterano. Despreció el soplo escabroso que yo jamás había oído, y sin un ápice de querer rectificar surcó cachivache el espacio a toda pastilla, y al impacto abrió una hendidura tan descomunal que al revés de la falda asomó la íntima pantorrilla.

Orfeón de cuyos cánticos tuvieron aquel tono que decora los funerales se percibió en el suburbio de la alameda, sonaron con esa angustia que fui incapaz de discernir si trataba de susurros turbados o llantos aterrados, pero aunque elija uno al azar por probar fortuna de nada serviría, dado ni un ínfimo temblor acució la conciencia abisal de su miseria humana, y tozudo prosiguió con su ignominiosa fechoría. Palacio del olimpo allanó con otro garrotazo, y al tercer embate se oyó un rugir tremendo en el nubarrones, ¡miren!, tienen un barniz que desconozco, añade a su grisáceo oscuro una mezcla perturbadora de granates y marrones. Tocaría ponerse a cubierto, que aquí arrean los tormentas que indígenas les ponen apodo a los frentes míticos, desbordan el río con su brío y aniquilan las cosechas de aquel osado que cultiva manzanas y cítricos. Hubiera salido yo a la carrera por refugio, pero aquel ave de penacho blanco me tranquilizó, ¡quédate!, ni por ti ni por mí se agitan los abanicos.

Porrazo sucesivo que le propinó ya despertó la cólera en la tempestad, y el vendaval que se alzó mecía prímulas y clemátides cual pesquero patético en la cuna de un huracán sin piedad. Escollos que en ocasiones la flota no cruza soliviantó sin ninguna dificultad, y una tromba de relámpagos asoló con aquel vigor que sólo vieron los neandertales en la antigüedad. Fogonazos son de aquel estupor que deslumbran, y en las rácanas treguas que concede perdura el influjo de su libertina luminosidad.

Bastonazo a posterior seccionó las células del corcho, y unas gotas cayeron de la estratosfera, mas detecto en su composición un colorido espantoso, pues carecen de aquel marino transparente, lo sustituye el rúbeo afligido del herido penitente. Pensará el borrego es polvo del desierto que levita, pero aquella lluvia son partículas resbaladizas que se desmenuzan, y esto son granos que gozan de cual espesura pegajosa ni los mosquitos cruzan. Rocía la ducha horripilante del mentecato a cuyo edificio abandonado fue un tétrico orfanato, y su cómplice que desiste de abrir paraguas le anima a continuar en su demencial arrebato.

Lámina clava que cercena los vasos cribosos, mutila el floema y los xilemas, y en cada fracción que incide es indudable la pretensión de convertir su músculo en tueros. Ametralla los cañones sus truenos, ha virado la quilla y han abarrotado la ánima con esa cuantía de pólvora que escuadra enemiga va a dejar hecha papilla. Muñones aderezan, por la gualdera arrastran, cascabel repiquetea y la tulipa enfoca desde su palco a la platea.

Estruendos son de aquel calibre que aterroriza hasta la tortuga y la atea, ¡por qué corres!, si te basta con zambullirte en tu caparazón, pero aduce que las ondas expansivas causan tal estrago que la revuelcan y la restriegan, ¡míreme a mí!, me aferro donde puedo, pues la violencia del ciclón me trata cual trapo frota las siervas que friegan. Esfuerzo con cual me aplico es de notable a sobresaliente, y auguro que mañana tendré agujetas, pero sufro lo indecible mientras vislumbro que aquel botarate, a pesar de las agrias señales, se ensaña apoyado en sus piquetas.

Reventón en los depósitos de algodón libera ese ingente volumen de litros que en breve va a crear estanque donde bucear, y truhan que le aterra caer resfriado decide terminar la trapería, pues empapado va a reemplazar la comisaría por asistencia a la enfermería. Gesto le veo de querer trotar a su vehículo, pero da la impresión de estar atascado, epopeya penosa lo podrá añadir a su genocida currículo. Brega como un monstruo inmundo atrapado en el señuelo de cual astuto viñedo, y su semblante triste desconozco si responde a que se moja o tiene pavor a tanto torpedo.

Empuja con ese ahínco que se da la ostia de todo tonto que su rival le asesta la zancadilla, cae como el cazurro que se tumba en la gravilla, y al mirar si ha sido el héroe de su deshonra un pedrusco o un tejón veo una red trigueña de su talón a la espinilla. Hebras de la haya ha cosido por su carne esa maraña que de lejos es fácil divisar su agonía, y al emprender su esbirro la acometida por soltar la presa vi descender una enredadera de la cofia, enroscó la soga por el área de la glándula tiroides y el esternocleidomastoideo, ¡borracho estaba quien le dio tal nomenclatura!, y de un tirón elevó al granuja hasta esa altura que la tuberosidad del calcáneo despegó de la llanura.

Murmullos del ahorcado es un gorgoteo de algún idioma extinguido, requiero de arqueólogo y traductor por identificar si es sumerio o arameo, mas al solicitar sus servicios me indican tarifa suya que es un escándalo, ¡óigame!, mis estimadas leyentes, redundan las ges guturales, aes y es predominan en las vocales, y a lo sumo añadiría alguna erre en el vándalo. Bufidos son de cual búfalo resuella mortecino, o embravecido por el ataque de un tocino, ¡no me entiende usted!, cernícalo a cual aludo es el vertebrado que tiene a su vera en el camerino. Patalea cual burdo futbolista en la cancha chuta la esférica pelota, mas con la tráquea comprimida se queda sin oxígeno, y el fuelle se agota.

Pende inerte cual chorizo o longaniza en la carnicería, y el rucio que resta emite una sarta de improperios inadecuados, es exagerado su injurioso vocabulario, que mayor educación muestran cuyos criaturas aprenden a jugar con las grafías en el parvulario. Forcejea contra la hiedra que la encadena en su pétreo amarre a sombrero del maléolo, ligadura fija cual evoca a vestigios de los esclavos en las galeras de corbetas o fragatas, y empecinado en soltarse aspira a despedazar como si fuese pestañas de las latas. Táctica es un fiasco, y en el fecundo intento retuerce con esos rizos y contorsiones de quien escurre un trapo, pero ni una fibra fractura el gusarapo. Maniobra siguiente es un relinche que maldice, y tomando un pedrusco con la anchura de una baldosa arrea tal romería de tortazos a la liana que interrumpe la siesta de la lombriz y la babosa.

Resultado de sus artimañas empeora la situación, pues las hebras se filtran por los folículos pilosos, revientan de la vena poplítea y safena magna sus cañerías, resquebrajan la arteria femoral, y el brebaje que derraman engullen con esa emoción que desecan hasta el rocío de las tuberías. Disecación causa unos calambres que paralizan la actividad del nervio sural, y a la vaga se suman los cutáneos y el isquiático y todo el colectivo en plural.

Aullidos se tornaron aterrados al percibir en su pierna un aspecto fosilizado, y clama en aquellos decibelios que poeta en el balcón halla la inspiración para el suplicio en las mazmorras de la doncella, o con esos trágicos berridos de la gamba que se achicharra en la paella. Temperatura tórrida es debido al fuego que bellaco ha ocasionado, pues la fogata se ha avivado con esa fiereza que sus banderas rozan las melenas de transeúntes y comensales, y el termómetro de la candela marca esos grados que ablanda las nieves con dureza, ruge en una clara demostración de su grandeza, y ante su avalancha es errónea decisión optar por la pereza.

Ávida hay que escapar, energía poderosa y destructiva se abalanza veloz cual cauce desbordado, y con el arroyo que me cubre medio diámetro del peroné corro por las sendas a un compás que ni una zancada he dosificado. Cadencia tiene la semblanza de caótica, mas parto en ventaja por la convivencia casi simbiótica, y al ubicar en mi mapa mental los baches y el torrente y los peñones alcanzo temprano la morada patriótica. Cierro cancelas herméticas con candado y lacra, que viene cuyo púgil derrite el hielo, bloqueo las hendiduras con esa paranoia histriónica que es lógica en la gravedad, aparto los enseres rústicos, y me guio a partir de ese momento por el satánico maullido acústico. Del asalto glorioso me mantengo al margen, y turbada por el desenlace que de mí no depende permanezco a expensas del suceso, anhelo que la afrenta del tarugo termine en su deceso.

Afine usted su membrana auditiva y dígame qué oye, ¡responda!, que mi pregunta amistosa va en serio, y en la formulación no hay trampa ni misterio. Habrá quien me diga le rodea un enjambre de motores y cilindros, ¡parroquiano éste no me sirve!, y tendré lector que en su versión dirá se halla en la pastelería, merienda su chocolate con churros venenosos y mantecosos melindros, ¡tampoco me va bien!, mas por ahorrar rechazo hiriente a otros aspirantes seré clara y contundente, me dirijo a cual testigo habrá deducido que el mutismo de catacumbas es la réplica clarividente.

Asombra el paisaje, un celaje impoluto, y un estallido de escarlatas y carmines y glaucos y gualdos que embelesa disfruto. Rauda me dirijo al epicentro del sismo, y una alegría descomunal me desborda cuando contemplo su alteza mantener intacto su manual. Del flagelo y los machetazos no ha quedado ninguna cicatriz, pero en la exhaustiva inspección hay un raro cariz, dado en el punto exacto donde colgaba ahorcado el necio jamón ha germinado un imberbe que, si trazo minuciosa su perfil, tiene el tamaño de un veinteañero, ¡cómo puede ser!, si del parto no hubo ningún presagio ayer.

Erguido tenía un espeluznante atisbo de haber sido una miseria humana, aunque ahora, mutado a materia orgánica, impresionaba la magnanimidad de su tronco, la robustez de sus tentáculos, su fuste recto, y la pleitesía que rinde al cíclope en su tabernáculo. Presentaba una bifurcación deforme en diagonal suroeste que, al ojear en aquella dirección que señalaba, vi un pariente en singular, puede ser su hermano o el primo o el sobrino o el cofrade gorrino, que se yergue súbdito en cuya reverencia sumisa rinde al titán su venerado culto, mas el castigo tiene una ironía sarcástica, ¡yo le digo cuál es!, que arribadas las fiestas patronales del pueblo propuso el alguacil celebrar un banquete con todos los aldeanos. Tanta carne asar requería una decisión drástica, y dado esos dos pimpollos no fueron nunca bienvenidos se optó por serrarlos, ritual fue sin honores ni pompas ni plegaria eclesiástica.

Anécdota que es la guinda fue que, mientras se consumían en brasas, desde la cortesana que regenta la quesería a la dependienta que dispensa amabilidad en la librería, oían quejidos y chillidos en los tacos de lava solidificada, y al jurar denotaban con aquel canto repelente del sapo asqueroso o la rana delincuente contagió a todos los asistentes de su sana carcajada. Homenaje póstumo que se rindió fue dedicado al ilustre octogenario, del entrañable hidalgo se puso placa en el pórtico del ayuntamiento como signo de su obituario, y de los dos macacos buscaron con helicópteros y radares y canes adiestrados, exhibieron fotografías y enviaban noticias con el reportero y el emisario, ¡quién los ha visto!, contestó en negativo del mendigo al millonario.

Final es justo, y olvídese de fantasmas y extraterrestres y otros fenómenos paranormales, que si le atraen estos simios execrables ¡lo tiene muy fácil!, vaya ahora mismo a deambular por los arcenes de la ciudad, o merodee por cuyos municipios se extienden desde la periferia limítrofe a los huraños glaciales, ¡vaya donde quiera!, busque los monos disfrazados, y en su elenco tendrá repulsivas imitaciones, u horribles copias, o chiflados adoradores, de estos subnormales.

 

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