Pregonan voces amagadas, tras perfiles anónimos en redes sociales o correos enigmáticos, que deben leer minuciosos mis relatos, siempre aviso son ficción, mas arguyen los suspicaces que es una burda excusa mi definición, pues una terrible verdad se esconde en sus garabatos. Debería ser mi obligación subir a palestra por desmentir, pero mi carácter valiente me espolea en aceptar el reto, y en honor a mi fama alimento la sospecha que se cierne en intriga, ¡cuidado con este cuento!, muy camuflado hay un hecho cruento. Aviso he transmitido, mas por aquellas ironías, típicas en la cultura global, dirán los adversarios que en esta fábula es todo mentira, de la mayúscula inicial al punto y final.

Arranquemos la partida, ¡ánimo, valientes!, que tan sólo son seis las reglas básicas a las que han de ceñirse los combatientes. Cumplirlas estrictas augura la victoria, pero en épocas antañas hubo escaramuzas legendarias que enfrentó ejércitos aguerridos sobre sus campos de batalla, y en el fragor del combate decantó la balanza a favor del ganador una pifia del bastardo mercenario, omitió aquel escalón que turbó con su sangre el escenario.

De su soberbia quiso resarcirse, por su gloria asió sable cuyo acero al blandir taja el viento con un silbido escalofriante, pero del destino nadie se burla, y yacido en el césped con el fuelle que se disipa emprendió zarandeos con su endeble fiereza, corsario se despide de la vida arrepentido y con tristeza. Aplíquese la metáfora por cordial consejo, hay una ley que se cumple a rajatabla, un sexteto de ¡sin!, mandamientos siguientes componen la tabla.

Primero, ¡sin piedad!, y para que entienda su vital importancia le pondré un ejemplo, ocurrido en el vestíbulo de un templo. Sito es en cuya isla pacífica reinaba un patán, a los vasallos asediaba con los tributos por saquear sus diezmos con afán. Expolio arreciaba por costumbre, pero una madrugada cualquiera, de aquellas que pasan desapercibidas en el calendario, se alzo sigiloso feligrés cual se mofa el cacique por su joroba de dromedario. Entró en sus aposentos aprovechando que dormía, portaba daga de tal longitud y grosor que de hincar en sus tripas al instante moría, pero un crujido de las maderas despertó al tirano, y viéndose muerto sollozó misericordia como un marrano.

Enjuagó sus lágrimas cuando verdugo de él se apiado, pacto entre el déspota y el loco entusiasmado fue abolir todo impuesto. Claudicó el sultán, e ingenuo le perdonó, ¡mátalo!, hubiese yo hecho, que la avaricia vengativa de estos engendros atacan con traición y por despecho, ¡y en efecto!, aún tembloroso del tremendo susto ordeno su arresto. Encerró en escarnio público tras rejas, y al deambular frente su celda los parroquianos se escuchaban sus quejas, ¡ahora es forajido quien su clemencia le festeja! Aquella escoria desconoce el significado de caridad, y ajustició en la horca con absoluta impunidad. Bien se lo tiene merecido, pues púgil descuidó la novicia clausula, en la pelea ataca ¡sin piedad!

Regla número dos, ¡sin perdón!, fue hijo del incauto quien recuerda el trance a la perfección. Rondaba infante aquella etapa donde justo se abandona el gatear, ensayaba sus patosos pasos con aquel gracejo que es lección obligatoria al tropezar. Ensayaba por las tierras y las baldosas, logró cruzar a lo largo y ancho el vestíbulo del santuario, y envalentonado salió al exterior, se imbuyó por las faldas de cuya muchedumbre sumisa contemplaba al prior, y alcanzada la fila reputada vio con estupor colgado su progenitor. Macarra amenazaba la plebe con tener la misma suerte, multitud sucumbió a su espanto salvo uno, mocoso se mostró sereno y fuerte.

Imberbe se hizo adolescente, huraño marchaba solo a los bosques, decían sus vecinos recogía hinojos y albaricoques, corretea con palos por azuzar a las ardillas, ¡son esbirros borricos y pardillas!, pues ha construido el mejor armamento que jamás ha visto ningún regimiento. Arcos ha trazado con la madera flexible del avellanero, flechas puntiagudas son gracias a oliveros, y los hierros de las espadas invencibles ha forjado como aprendiz en el herrero. Artillería ha dispuesto escondida en matorrales, o en las ramas de las hayas y los robles, o en zanjas que ha cavado sin prisa durante varios de sus aniversarios, ¡ya pueden preparar los repiques fúnebres de los campanarios!

Se acerca la romería del rey con su séquito, es perceptible por sus risas estridentes y los sarcasmos acerbos que exclaman sus laringes insolentes, y de pronto, al pisar la mecha que la pólvora enciende, arreció una lluvia de dardos y arpones que aniquilo la comitiva, púa se le incrusta al escolta por la sien, y al clavarse los fugitivos en las astas enhiestas de las fosas excavadas se completó el rosario de cadáveres, dígito supera con creces los cien. Resta sólo el dictador, a quien del pánico al verse solitario se alborozó su cabello, e indulgencia rogó al plebeyo. Siervo que le aborrece procede con la sentencia que merece, y un señor, recolectando las setas por otoño, vio el fiambre con dogal al cuello, levita inerte e inflado en lo alto de una acacia, y secuaces ha sido una carnicería en el paredón, se ha ejecutado ¡sin perdón!

Genealogía completó el proceso del abuelo al nieto, y al tener esta distancia su descendencia arrojaron la historia al baúl de los desprecios. A efeméride se le dio el valor de la caduca charlatanería de los viejos, y en su desaire puso la tribu en venta sus pellejos. Volvió un chiflado político a imponer su régimen estricto, mas había un cambio notable desde su antecesor proscrito. Pieles blancuzcas de los turistas asomaban por doquier, y la alegría y la riqueza daban esperanza a cuya aldea sufrió hambres y penurias que pinchan las barrigas como si tuviesen dentro un alfiler. Forasteros enturbiaban su estratagema, había demasiado testigo para expropiar del pobre su huerto, y con una atrocidad inimaginable ordenó aislar la isla cerrando el puerto.

A niños prohibió acudir a la escuela, mujeres apresó en casa con sus maridos violentos, octogenarios abrasó en los hornos para verter sus cenizas a los vientos, ¡y fíjese!, que en la quincena neófita aconteció una pausa que la cordura de mandatarios y obreros sepultó, dado nadie se percató de la matanza genocida que ocultó. Voté yo por su fusilar, mas tribunal me preguntó a quién se debe acribillar, si a gerifalte o a las focas amaestradas que aplaudían desde sus balcones con el guante, ¡desde la cúpula al cómplice ha de ser abatido!, repliqué yo, pero ruego a juez añada un epitafio, que perdure para la eternidad ¡sin olvido!

Cuarteto del coro lo compone un tenor, les hablo de ¡sin error! Acompaña a bípedos desde el arcaico paraíso, o de cuando el cavernícola reflejado en la charca se embelesaba narciso, y alarde hizo del defecto un funesto escritor. Transcribió los hechos del monasterio y la revancha y el caudillo, pero esgrimió su pluma estilográfica con el mismo ímpetu que el psicópata ejerce con el cuchillo. Tinta fue de pigmento cárdeno, y en folio árido plasmó sus embustes para el beneficio del perro que le paga, a cambio de los centavos y la puta el poeta le halaga. Rubricó por colofón de su buen servicio, e imprenta administrativa que le lame el culo aplaudió al borrego por su buen oficio. Publicó la basura de aquel subnormal, y derivó sus falsedades en un trágico desenlace, muertes de inocentes causó ese fallo garrafal.

Masacre a cual me refiero vino cuando líder comunista oteó al enemigo su debilidad, y a imitación grotesca de aquellos héroes, cuyas exequias se exponen en museos o mausoleos, usurpó tierras de un país corrupto a base de bombas y plomo. Impactaba sus proyectiles en civiles y militares por los riñones y el lomo, aprovechó astuto que el mundo iba en declive, enloquecidos por la falaz argucia de un virus y una civilización borrega que pastor perturbado recluyó en el corral, intelecto de esa generación mostró un agudo retraso mental. Verdad no se dijo, súbdito periodismo sólo narra el partido a favor de un equipo, daño no se predijo, y hay una condena universal si no se aprende, veredicto es repetir el traspié tanto para quien le guste como al que le ofende.

Futuro devastado llega por una máxima hipotecado, ¡sin descanso!, es el quinto clasificado. Labriegos salieron con sus tractores, barrendero apartó escombros que tiraron la bazofia de fugitivos traidores, prados repoblaron de amapolas y margaritas silvestres las mariposas con sus alas, y ganaderos atiborraron las reses con paja y alfalfa en inmensas balas. Hectáreas yermas recobraron sus pigmentos alegres, en sierra se avistó por las cumbres de sus peñascos la bienvenida de águilas fabulosas, y cual si fuese por el hechizo de un hada con su varita mágica retornó aquel esplendor, selló su sudor el astro febo con su primaveral candor.

Inversión obtuvo su recompensa, mas en urbe yacían holgazanes, ¡mírelos!, en la terraza del bar ingieren cuyo tóxico elixir les hace creses dioses, estratifican la soberbia en sus poses, aquel beodo desafía a transeúntes con sus pupilas, y el compadre se yergue en el acceso de la tasca como sicarios que ovejas esquilas. Reprocho su inacción, ¡haced algo, cojones!, que os roban las almendras los hurones, pero siguen tumbados a la bartola, ya están contentos con levantar la tapa y oler la sopa en la cacerola.

Sabandijas ilustran el sexto requisito de la lucha, ¡sin dudarlo!, pues mientras reflexiono sobre los síntomas inequívocos que evocan a la inexorable extinción me ocurrió un lance casual, el llamar a mi timbre ermitaño es inusual. Abrí la puerta, es sólo una chafardera sobre la huésped nueva, que se muestra indecisa sobre si la conducta, de quien dice ser profesora, es de suspenso o le aprueba. Debate es debido a que la vio con un novio cuya raza identifica en mayoría a su continente, pero ayer percibió salía un varón con las pintas de ser cliente. En cuchicheo a débil volumen me insinuó, ¡usted ya me entiende!, y desde entonces hasta ahora ha detectado presencia variopinta masculina de manera asidua e intermitente.

A su titubeo le replico, ¡márchese!, dilema es para la marabunta hipócrita y pervertidos sacerdotes que, al cobijo de hábitos, difunden en sanscrito su mensaje apocalíptico. De condición estoy exento en mi ideológico contrato, y estampar listón en la jeta de aquella rata fue mi saludo grato, mas ¡fíjese!, de regreso al salón me percato que el decálogo he completado, ¡cuál es!, con la rabia que me da, el reiterar de los vocablos, aquí se la delato. Sin piedad, sin perdón, sin olvido, sin error, sin descanso, sin dudarlo, es la suma de cada artículo la regla de oro, espíritu valiente y honrado ostenta como un tesoro.

"Estas son las seis reglas obligatorias en todo combate"

Pongámoslas en práctica, ¡cuándo!, preguntará vos, ¡ya mismo!, en cuyo capítulo tiene por teatro una tarima de rocas montañosas al borde del abismo. Protagonista soy yo, hermosura que en el inmediato abril cumplo la veintena. De fulgurante dorado es mi melena, e iris irradia un fulgor deslumbrante en su turquesa, me envidia el obsequio hasta la rica duquesa. Cintura tengo con aquel talle avispado que protestan por plagio las hidalgas de la colmena, y efigie me resumen con el apodo de atleta, pues por virtudes deportivas soy ágil y flexible y de buen reflejo, salgo raudo al toque de corneta.

Aureola del panorama permítame le describa, a oeste se expande tierra adentro el prelitoral clásico de los climas mediterráneos, cerros de cota humilde en la sierra abarco de octillizos sus cráneos. A este alberga su reino el mar perezoso, pero su fama es injusta, pues emigrantes se zambullen con sus barcazas miserables a destajo, desde países africanos a las mazmorras europeas es un atajo, pero allí en el firmamento, donde no se alcanza divisar desde la orilla ni con prismáticos, les aguarda un tormento a los lunáticos, pues se alzan crestas imponentes que los tablones destrozan en astillas, corrientes arrastran en plural, a la yema del desierto, a todas las cuadrillas, y si a tales crudezas resisten les acecha la sed y la hambruna, hasta la ribera no tendrán ni jarra ni pruna.

A sur es un paraje triste, todo plano salvo el exotismo de áridos montículos, en mapas de cartografía casi se omiten por ser de tamaño minúsculos. Prados, si alguna vez existieron, jamás he conocido, pues las arterias que intoxican su aniquilada belleza son autopistas y carreteras, vehículos transcurren por ocio o de visita o para cebar las billeteras, mas desde mi atalaya los vislumbro como ínfimas hormigas que corretean quemando gasolina, huella de sus neumáticos es aquella niebla infecta que a su circular se arremolina.

Al norte se erigen las montañas pirenaicas, ¡dónde!, dirá desde la torre, ¡observe!, que el esfuerzo en vano haré se ahorre. Municipio próximo es todo chusma y analfabetos, huyen de la urbe como alumno que por detestar los libros abandona la cátedra, ¡y mire!, allí tiene el infierno a tiro de piedra. Rebase la villa inmunda, y se percibe la gigantez de cuyos polígonos industriales albergan fábricas de acero, o reciclaje o editorial o papel higiénico, pero siga el rastro de la autovía, verá un peñasco esperpéntico, son frailes y cotorras que se montaron hace siglos su negocio patético. Allende, a su zurda, de cual perfil difuminado y borroso diría es un travieso espejismo, se alzan cimas nevadas, ¡habrían de ser el edén!, y en realidad son un parque de atracciones masificadas.

Cofa cual me concede la fidedigna descripción he llegado por un laberinto estrecho de zarzales espinosos, sus púas son como garras de gato, rasguña al patoso y al pazguato. Terreno pedregoso está cubierto por un edredón de finas acículas, dado el bosque se compone de madroños en arcenes, conviven con encinas y algarrobos, y por mayoría abrumadora triunfan los pinos, orugas en procesión urticantes suelen ser sus inquilinos.

Hay coníferas de todo tipo, ¡yo le enseño a diferenciar!, es carrasco si sus piñas de cola curvada no caen al madurar. Vagas y adolescentes todavía viven en su casa, ¡mírate! le grita su madre, ¡te demacras pálida y gris!, mas por respuesta ignora la bronca, de la rama se niega a marchar. Especie del marítimo sabrá si su piña es como balón de baloncesto, y piñonero es inconfundible, dado sus frutos no tienen pedúnculo, ¡ábralos al fuego!, amagan sus pétalos unos piñones que devore pronto si son naturales, pues de retardar tiende el devenir a momificarles.

En parentesco tiene al negro, de confundir su piña asimétrica con un erizo vaya al oculista, ¡tendrá un problema con la vista!, y si por su lingote tiene dudas, puede identificar el albar por sus agujas pequeñas y retorcidas, tiene franjas blanquecinas si echa imaginación o lleva en su bolsillo una lupa, que yo me fijo al detalle y el rayado no distingo, ni en su textil ni en la grupa. Del salgareño toque su aguijón, pica fuerte el bribón, y con las dúctiles lanzas del carrasco se puede hacer un nudo, ¡qué tiene de peculiar!, se puede hacer el lazo sin cometer la rotura por negligencia.

Si alabarda le cofunde, ¡mire sus cortezas!, rojiza y agrietada del piñonero, son gigantes como placas de hielo árticas a la deriva, si dormita alguna foca u oso polar desconfié, sus fauces no traen halagadora misiva. En escamas de tonos ceniza apueste por el carrasco, sus precipicios entre surcos son de pardo gris, ¡mentira!, grita un daltónico, son de aquel rúbeo que embellece la aurora tras los chubascos, ¡hágame a mí caso!, la gama de colores en la visión masculina va con atraso. Faltaba el botarate de turno, pregona es un tronco espumoso de oscuro anaranjado, ¡pedazo de atontado!, puja por el albar, la corona de laurel vas a conquistar, y si algún quisquilloso me interpela por las copas lo envío a tomar por el culo, que ya he sacado muchas cartas de la chistera, extender el examen es de instructora rastrera.

Soto el paraguas de un aludido, estoy con colegas y amigos y algún foráneo que hoy he conocido. A la fiesta organizada ha traído algunos pavos la cerveza, el aborigen un brebaje que le ha llevado a ese estado donde se ha metido un tajo en la cabeza, apenas se yergue y zozobra cual pesquero en mitad de un tifón, y yo he portado almendras y cereza. En brasileño se ha delegado la música, ecos de sus decibelios expanden por la cúpula aledaña su vivaz acústica, y el simio autóctono que lleva fumados ocho cigarros de marihuana despliega conmigo sus artes de seducción, me propone una erótica provocación.

Pícara le doy un margen, ¡dime de qué se trata!, y el malandrín me exhibe un voluminoso macuto, ¡adivina que llevo!, y al instante le contesto, que si me guio por su ingesta de droga es la recolecta de hierbas que yo detesto. Sonríe el súbdito, mas el pervertido ha embutido todas las cuerdas de su armario, me quiere atar con tanta enredadera que las sogas me envolverán como un sudario. Propuesta es llevarme ahí detrás, ¡dónde!, en recodo íntimo ajeno de espía indiscreto, y disfrutar un rato me propone el paleto. Auditorio nos vio el mutuo acuerdo, y ante su aplauso apoteósico anduvimos una hectárea, donde al cobijo de arbustos frondosos dimos rienda suelta al deseo de ambos, dícese de la bella y el cerdo.

"Cuerdas empieza a enrollar en mis muñecas para tenerme atada"

Camiseta me quiere quitar, pero influido por la sustancia narcótica empuja con ese desdén que la tela va a destripar, ¡quita las zarpas!, me encargo yo mientras tú organizas los hilos de las arpas. En segundos quedé desnuda, y en un invisible rastro de rotación me puse de envés, llevé los brazos a mi revés, y con premura propulso las jarcias en la circunferencia externa de las muñecas juntas, a sombrero del calcáneo y astrágalo, cuatro vueltas dio al circuito, afianzó el cordaje por el despeñadero en vertical, amagó el nudo en recodo oscuro donde no alcanza a desabrochar la contorsión de mis falanges distales, y tras comprobar el fracaso de mis tentativas se propuso otro hito.

Trepó la liana por el radio y el cúbito, a faja del supinador instaló de ataduras un campamento base, completó los círculos con el mismo rigor, y asegurado que las tiendas soportan embates de terremotos prosiguió su ascenso. Respira el macaco que exhale cuyo gas emula a incienso, aunque su perfume destila un aroma antónimo, de ir flipado y feliz es homónimo, y si acaso recela sólo ha de oír su acento, ¡ni la jota he entendido!, es mejor callar, que me marea con el aliento.

Serpenteo de las cuerdas reptan a la cofia de la tróclea, y estruja con esa ira que el epicóndilo topa en su hermano, ¡qué haces por estas latitudes!, se dicen entre sí, ¡es culpa del zángano! Húmeros se condensan en el área del romboides, enreda de oriente a poniente y del ártico al antártico, lacra el cierre inalcanzable por el ático, y cual si fuese malabarista o gimnasta da un giro acrobático, ¡vete con cuidado!, que de darte la torta haciendo el burro puede ser la aventura un episodio traumático.

En su cabriola esperpéntica ha tomado otro ovillo, posa la maraña sobre el eje meridiano del apéndice xifoides, rodea el torso por la espalda, resurge por el esternón, y por los huecos que ha formado en los arrecifes de la axila y el serrato comprime con alegría el mamón. Acomete con gemelo ímpetu en la región de la doceava vertebra dorsal y la quinta lumbar, constriñe del espinoso del tórax, atenaza con una ruda comprensión en el arco costal, y satisfecho de su faena se aparta un parco trecho, se rasca el vientre como si tuviera pulgas el desecho, y en tono libidinoso me apremia escapar, ¡ya lo creo!, huyo como un pollo del hacha con mi trotar.

Tarugo me placa cual defensa en estadio de rugby, y tumbados los dos sobre esa alfombra iniciamos un libidinoso forcejeo, ¡suéltame, macaco!, pero al grito veo que desenfunda un artilugio lascivo el pajarraco. Bola es una miniatura de nuestro satélite lunar, tiene ese meticuloso diámetro que en la cavidad bucal logra encajar, y al lindar el perímetro labial estalla la guerra, ¡ni lo sueñes!, bozal se lo pones a tu perra. Huellas dactilares suyas estratifica en mi maxilar, y en su tenaza origina en mí un dolor molestoso que desemboca en la quijada dilatar. Apenas es una apertura efímera de la escotilla, pero perdura lo suficiente para situar su pelota atrás de las almenas en los incisivos y caninos, contrasta el caoba del objeto con los esmaltes albinos. Correas ciñó con tanto empeño que se hundieron por los pómulos, cada una por los opuestos lóbulos, y en la protuberancia del occipital trabó las hebillas con aquella fusión que se aplica al herraje de los mulos.

Dialecto mío es una jerga confusa de purgadas consonantes, la censura me autoriza una sarta de emes y efes y algunas ges mutantes, haches suprimo pues son mudas, y a la comparsa se suma aes y oes como únicas vocales, ¡protesto!, quiero las íes latinas que abundan por estos lares, pero a pesar de su fichaje el lenguaje que profiero requiere de traductor, ¡tramposo!, es mi dedicatoria para el raptor.

Truhan se ríe con unas estrafalarias carcajadas, ha de ser el mono por tantas fumadas. Canto agrio es fugaz, y tomando un embrollo del petate apunta con los cabos al calcáneo, enrolla donde los adoquines de la tibia, y atrapa unidos los tobillos con ese morbo que delata su perfidia. Conduce de babor a estribor varias veces, y en la tensión que ejerce de proa a popa se sonrojan los peces, ¡zorra!, me tilda, ¡tendrás lo que te mereces! Patada propulse, que el insulto se lo dedica a su madre, pero es inútil que ladre, pues cuerdas enrosca por el peroné, traspasa la aduana de la rótula, envuelve al unísono el sartorio y el vasto y el crural, amarres para mi huida es una prisión crucial.

Consumada su obra, se sentó en un pedrusco, y cual comensal en restaurante se predispuso a dilapidar cuyo porro deme usted la cinta métrica, resultado será una cifra estratosférica. Rey se aposentó en su trono improvisado, y desde su palco exige un espectáculo, he de bregar por librarme de la espesa telaraña que ha tejido la araña, ¡semanas voy a tardar si lo calculo!, pero su argucia me agrada, y con todo mi ahínco ruedo del escenario a la grada. Berridos que acompaso demuestran que me esfuerzo, son un leve rumor que el calor evapora su exigua serenata, y dado el brío es baldío transmito el mensaje de que me rindo al mastuerzo.

Cariño anhelo de algún modo, un beso sobre las sábanas de polvo, un arrumaco por el cuello, o por los hombros un masaje bello, pero orangután se mantiene inerte en el confín y reclama que me acerque, ¡ven tú!, que yo estoy atrapada como sardina por el palenque. Degusta remolón caladas que da esporádicas, y la homilía que transcribe es dominio del arameo o un síntoma del exceso en la maría, pues no he entendido ni una grafía, pero al mentecato le hace gracia y jocoso se destornilla, ¡menudo chirrido!, asusta a la perdiz y la ardilla.

Gimoteo que yo exclamo es por azuzar, que en esta atmósfera libidinosa puede mis pechos tocar, pero botarate sigue impasible, inmerso en una conducta que para explicar escudriño algún adjetivo, mas ninguno me convence y pruebo con algún apelativo, todos que me vienen al pensamiento son agravios y palabrotas, ¡mejor un adverbio!, y si en este grupo carezco también de solución acudiré al comodín de algún proverbio. Cualquiera me sirve, hay en su colección un descomunal repertorio, pues ¡que narices le pasa!, marmota continua apática en el dormitorio.

Reacciona cuando mi laringe sermonea amordazada, que me empiezo a aburrir de rodar como una croqueta arrebozada, y sin vacilar en su estupidez me comunica que se marcha. Trofeo en cual me ha convertido va a difundir en la tropa, ¡quieto!, que podemos hacer un pacto, domingo si le place actúo en sus vídeos pornográficos, pero dime es un farol la amenaza, que me siento como libre abatida en la caza. Adiós gesticula, y por sus neuronas raquíticas el palurdo se pira, ¡idiota!, tanto vicio te ha estropeado la cocorota.

A la peña dio su versión mientras yo me aferraba a esas aristas donde, según las películas, los héroes se logran zafar de las ligaduras, pero tengo claro que fingen los actores, o han de ser alambre mis estructuras, pues rozo y restriego y no quiebro ni un solo filamento. Apelé a su compasión con un lamento, aún distantes su alborozo se percibe en la lejanía, pero mis aullidos son demasiados flojos contra sus altavoces y la megafonía. Me convenzo a mí misma que volverán, fecha exacta ha de ser inminente, y justo con los nervios a flor de piel vino una chica, ¡estás preciosa!, me dice la furcia asquerosa.

Opinión me es indiferente, ¡desátame!, que el chimpancé ha desertado y de esta guisa me ha dejado, pero ramera es aliada del bando rival, le secundan un fulano y otro chaval. Suma del gentío ya es el rango de aglomeración, y en su regocijo por verme cautiva traman su perversión. Comentarios hay de todo tipo, el espárrago desvela su troglodita instinto y la pija estrambótica plantea un proyecto distinto. Estupor me causa escuchar que maquinan llevarme hasta una senda estrecha de la selva, por donde muy de vez en cuando ronda algún deportista osado, o excursionistas que sus millas han pateado. A poste o columna leñosa sugiere la bruja que me abandonen atada, y el tormento a sufrir es la angustia por permanecer en soledad hasta por peregrina ser encontrada.

Votos son todos a favor y ninguno en contra, ¡ni se os ocurra!, pero como si fuese un saco de patatas cargan conmigo los asnos y la cazurra. Trocha es angosta, son brancas que rascan sus paredes, la amplitud del afluente es dos palmos rácanos, empinada tiene una pendiente sobresaliente, asfalto son baches de guijarros y canutos, ¡parar!, que por este arroyo sólo corretean los jabatos brutos. Súplica con la entonación de la mordaza es estéril, y en cuyo soporte fue un bellotero amarraron las lianas, del capitel a las peanas, y en su finiquito quedé de pie petrificada, ¡apenas me puedo mover!, que alguien me diga si el parte meteorológico ha dicho algo de llover.

Jolgorio de la tropa es colosal, ¡le falta al pastel la guindilla!, dijo el asno de pacotilla. Extrajo una página en blanco, borroneó con un rotulador un texto para mí imperceptible, párrafo en singular lo compuso con un máximo de la docena en sus palabras, clavó en la superficie que percibirá el visitante en su recreo, y aplicaron ese ritual de separación que se corteja con parodias macabras. Huyeron flemáticos, ¡no os atreveréis!, o al menos quitarme cuyo bozal me prohíbe gritar, pero ni un ápice alteraron sus criterios sádicos.

Al torcer en aquel follaje se inició la estancia en mi desierto, y en mi mente conjeturé que vendrá en breve algún peatón experto. Paciencia es la clave, ¡fíjense!, ya ha venido un jovial herrerillo capuchino, ¡ayúdame!, te he oído por el trino, ¡acércate!, y con tu pico descuartiza las silgas como si fueran las uñas de un minino. Ave diminuta me observa pasmado desde la platea, supongo que se extraña del fósil de una atea, y los gorgoteos que emano de nada le sirven, ¡óyeme, humana!, contigo no me une el ser primo ni sobrino. Odisea va para largo, ¡dime!, desde el feudo en la altiva bóveda, si viene vagabundo o viajero o montañero, pues aislada en esta rampa abrupta estoy asustada, puede que no se asome ni lobo ni cordero. De inmediato el bicho pía, pero su tino me suena a sumerio, ¡qué has dicho!, desconozco si ha sido una sarcástica moraleja, o me confirma merodea vecina una comadreja.

"Atada al árbol hube de esperar la bondad de algún paseante por liberarme"

Silencio es absoluto, transcurren quince minutos y sigue sin brotar alimaña a quien rendir tributo. Un inusitado miedo empieza a ser patente, astro febo que esparce su ardor estival se ha desplazado una treintena de pulgadas a la región de la puesta, es inflexible cuando se acuesta. Aún dispongo de un plazo generoso, pero es peligroso apostar todo a una sola carta, y en el sabio consejo de mi cordura me afano por romper los amarres, pugno como búfalo embravecido, aunque cadenas mantienen su jerarquía, y el asalto termina en tablas, ¡qué dices!, me abronca el espontáneo, ¡no sabes lo que hablas!, pues ni un lazo se ha movido.

Período marchitado se duplica, que la red es inexpugnable, e inquieta por la situación oí un ruido insólito, se mueve entre retamas de incógnito, y con el radar del tímpano al tope de su sensibilidad logro intuir se desplaza a alta velocidad. Conduce entre tapias de zarzamoras y clemátides, ¡qué disparate!, ese riesgo por estos collados es sinónimo de matarte, pero habría una explicación plausible, es una bicicleta temeraria que desfila con la misma sincronía que un pingüino en vía ferroviaria. Propulsión es de batir récord, tuerce a diestra pues lo exige la quebrada, y en el terraplén vivaz se impulsa con una insensatez desbocada.

Por el sonar lo pierdo, ha de haber en la loma alguna bifurcación, y rezo porque venga en esta dirección. Juro que mi latido rebotaba en mi manubrio por la tensión, pero al acallarse el taconeo de sus llantas entré en desesperación. Aullé por ver hasta dónde llegan mis sollozos, ¡ilusa!, al traspasar la hojarasca ya se desploma a los pozos, y justo cuando decido esperar la siguiente oportunidad percibo con absoluta nitidez ese gruñido típico de los frenos, ¡ha de ser el sujeto!, que en la península ibérica no habitan los renos. Carrocería ha sonado contigua, y se confirma su presencia al escuchar un diálogo, va el personaje con su homólogo.

Aledaños les detecto, han superado el obstáculo, y al virar en la curva violenta se encuentra conmigo directo. Sorpresa es la cuantía, es un quinteto cuyo escuadrón lo integrante todo sapos y una rana, y al toparse con mi esfinge se detienen en seco, meditan si deben desenfundar del cinto el revólver y auxiliar la princesa, ¡por supuesto que sí!, unos bandidos me han dejado presa. Misterioso letrero repasan, ¡oídme!, si os gusta la literatura podéis ir el lunes a la biblioteca, que por orden corresponde salvar a la virgen del sacrificio azteca.

Cuchichean en aquella baja modulación que me va a entrar un ataque de ansiedad, ¡espabilar!, bandoleros me han dejado atada desde casi la canícula pretérita con toda su maldad. Debate se eterniza, y al venir hasta mí descifro un brillo escabroso en las pupilas del cernícalo con el casco de azul zafiro su barniz, ¡a qué se debe el descaro!, dime qué pone el tapiz. Secreto siguen sin desvelar, pero gracioso ha de ser, pues revisan el cordaje desde el gigante y su paje, y es tanta la guasa que hasta la fémina se apea del carruaje.

De sus alforjas sacaron cada uno su móvil, ¡de qué vais!, en el diploma de subnormales os consagráis. En cuneta aparcan sus carretas, y el mico que inaugura su obscena sesión fotográfica posa sus tentáculos en mis tetas. Apegan su rostro a mi faz en un comportamiento irracional, esculpen el gesto de alegría en su careta, y al festín se suma la compinche discreta. Hallazgo retrataron en posado individual y colectivo, se permitieron escoger el ángulo selectivo, y a mi plegaria con ese bramido jeroglífico respondieron con un cachondeo que me dejó aturdida, pues para el vídeo de recuerdo quieren mi serenata repetida.

Me negué en rotundo a la petición de aquellos neandertales, pero negativa se transformó en una desprecio atroz, ¡ahí te quedas!, dictaron con un veredicto feroz. Pensé, ¡ha de ser una broma!, mas vi a los bellacos acoplar sus nalgas en los sillines, pedales rotar por tracción de las zapatillas es el remate, y al esfumarse el rastro del caucho trasero firmó en serio su dislate.

Aquel menosprecio ametralló mi alma, y un bestial espasmo recorrió mis entrañas con esa furia que ninguna pócima calma. Un hilo de baba resbalaba por mi comisura labial desde el bautizo de la pesadilla, y la infamia de aquellos energúmenos sólo logró acelerar cuyo torrente derivó en una incipiente cascada, pendía cual estalactita desde mi trémula barbilla. Oteé a cada bando, ¡volver, os pido!, pero ninguna carroza regresó a mi morada, y un lánguido resoplido estalló por el disgusto de abandonarme atada.

Sondeé con mi mejor órbita toda la campiña, desde las coscojas que sólo consiente en el gélido invierno las gotas de rocío a cuyo enojo hiere, y en el sondeo no atestiguo mamífero vertebrado entre la hojarasca con aquel ribete que arquitecto diseñó con la punta de un estilete. Gritar intento, pero es un zafio devaneo, que con el instrumento bloqueando la boca sólo emito un gañido de cual parranda planeo, y no hallo método por roer el grillete. Solución óptima es aguardar la llegada de un príncipe valeroso, mas he de amenizar la prórroga, y al librero le pido un crucigrama, de letras es un entretenido acertijo, pues la solitud me acecha rehén en un cortijo.

Yugo que me somete lo puedo soslayar, que la tregua se resquebraja al descender por la travesía un matrimonio de avanzada edad, ¡pongamos sexagenarios!, que al rebasar el peldaño me detectan ahí plantada, ¡no se paren!, vengan en mi socorro por soltarme de los cepos que me tienen amarrada. Miran con aquel pasmo que define la incredulidad, y destilan un porte soberbio de quien trata al pequeño obrero por miseria, ¡venir de una maldita vez!, que por vuestro estanco me ha diagnosticado el médico asesino que sufro un ataque de histeria. Contemplan cual si fuesen eruditos en una pinacoteca, y sisean un coloquio entre ambos que, producto de su discreción, mis sueños hipoteca, pues siguen separados la parcela exacta donde la familia en vacaciones tiende su mantel, ¡qué coño hacen!, estoy prisionera del alfeizar al dintel.

Trémula les veo enfrascarse en la lectura, y esa sonrisa diabólica que esbozan me transporta a la locura. Brego como si estuviera poseída por el demonio, con el corazón trémulo pues el marido dibuja esa mueca de bufón en la corte, y en su placer asiente la consorte. Se abrazan en una demostración de su afecto, y tengo la impresión de que les agrada el pecado, travesura similar es predilecta de la libertina y el degenerado. Refrán han proferido, y al vocearles los gemidos amordazados comprueban que es ilusorio confiar de mí algún vocabulario, y zoquetes regatean el sendero, ¡qué ocurre!, se habrán acobardado por no entender mi abecedario.

Gimoteo enrabiada con sobresaliente nitidez, ¡escuchar!, se ha reconocido las os, letras han sido unas diez, pero zopencos rehúsan seguir en el balcón, y con una parsimonia cruel se escabullen del pabellón. Pierdo su estatua entusiasta entre las frondas tupidas, aunque albergo la ilusión de ser una mera jugarreta, y es probable que, cual truco de prestidigitador, rebroten donde los relámpagos del sol me deslumbra. Espié hacia los minas de plata o las chozas de hojalata, ¡dónde vais!, hacedme al menos una fogata, que perpleja por la desidia de la turba caerá conmigo cautiva la noche, y en su rigor azabache por aquí no transita patinete ni coche, pero súplicas son un fútil derroche.

Coraje me insuflo, ¡a la tercera va la vencida!, según narra la antología de cuya nación vive subyugada por una dictadura mal fingida. Capoteo el hartazgo de la reclusión en cual película onírica me invento para mi distracción, y justo en el transcurso de aquel episodio donde el personaje ficticio ha de superar una vicisitud me distrae un sonido brusco, ha explotado tan tosco que en saber su origen me ofusco. Descarto los brincos de un mirlo pescando gusanos o larvas, jabalí no es tan torpe por tal bulla, jineta goza de una ligereza tácita y huraña, y el área carece en sus visitantes de la grulla. Apuesto por el trepidar es un mamut o un elefante, y al repicar a mi izquierda el trepidar ratifico la silueta de un homínido pedante.

Alivio me desborda, ¡por fin!, al gordo seboso le murmullo mitigue las rejas que me tienen agotada, pues las sombras tatuadas tienen esa envergadura del crepúsculo que nos acecha, y yo sigo anclada sin campesino que recoja su cosecha. Indicación le doy al cachalote, por ahí detrás hay unas trabas rígidas que me impiden defenderme y escapar, ¡han de estar en garito clandestino!, dado lo he probado de mil sistemas y con ninguna receta lo elimino. Impacto de mi sensual esqueleto lo ha dejado tieso, estupefacto perdura inactivo el ogro, ¡despierta!, que fugarme no logro, pero algo no me cuadra, el borrego ni sonríe ni ladra. Patrulla un tramo cual centinela en la fortaleza, y un espanto me acorrala al desconfiar de su honesta pureza.

Vándalo me interroga por el lance que ha criado la anécdota, y en el léxico restringido aludo al banquete, de no comprender cuanto le explico sáqueme la mordaza, que a salvador invito a cena con plato y taza. Discurso ha sido intachable, pero canalla se ha quedado ciego con mi desnudez, y dado se incrementa esa tensión lujuriosa que me aterra y me incomoda vuelvo a mi rogar con tozudez. Resultado es nefasto, titubea el rufián en si aquello es una trampa, cree paranoico hay una cámara por el que estoy siendo grabada, y al ingenuo que pique el señuelo le aguarda el chantaje del hampa.

Alucinación le contradigo con el vaivén de la calabaza, foráneo es mi única baza, y por corroborar mi crónica remueve el tarado las matas y los helechos y el fósil de las setas, explora madrigueras que albergue cobayas o mofetas, y hasta examina las estelas de los cometas. Comedia o estafa se convence de su nula existencia, y al situarse frente a mí presiento tiene intenciones a las antípodas de mi plegaria, mímica es maliciosa y su alabanza lapidaria.

Cuboides y escafoides posó en mis pechos con una grosería que en mi afonía restrictiva di orden de retirar las zarpas a su estuche, y detesto la excusa mundana de confundir mis mamas con su peluche. Pendejo sabe es vulgar su pretexto, dado estruja los melones que de haber jefe le exhorto a que lo eche, son las ubres de las vacas quienes se ordeñan para la leche. Reitero que aparte sus guantes, pues además palpa que le puede dar lecciones un ciego sin bordón, pero en su táctica caótica rastrea por los jazmines de las glándulas a las orquídeas del pezón. Testigos son pecíolos y corolas, y desde su faro privilegiado contemplan la jauría de los metacarpianos descender del pináculo al cenote, quiere meter en la gruta un dedo el pasmarote.

Cavernícola ha de tener por cerebro una bellota, pues con las piernas apretujadas no hay lombriz que pueda allanar el nido, pero bandolero introduce el apéndice en el hoyo, escarba los bordes internos con el cogollo, y hasta los percebes sabrían que elixir valioso presenta sequía, ¡escucha el audio si hay dudas!, le imprimo aquel sello de cuyo calvario no quería. Opinión le importa un bledo, muerde y rasga que con mi calvario se divierte, y aprieta de mi mandíbula con esa inequívoca saña que el psicópata vierte. Hunde hasta el abismo de la cripta, besuquea por donde quiere con esa repugnancia que prefiero el morreo de un caracol, halagos que me dedica convierten en versos la promesa de un sicario, y llanto novicio que evacúo aprovecha para la pila bautismal el cura y el vicario.

Excursión emprendió por todos los recodos, y la ráfaga de blasfemias que son el orfeón de sus embestidas me horroriza a esos límites en los que sólo se recrea el depredador, excluya de la lista a tiburones o leones, cocodrilos o serpientes o sus parientes, dado espécimen es afín a quien ahora tengo por leyente espectador. Golpeó tabiques cual minero con su martillo acribilla el yacimiento por extraer diamantes, perfora adentro y en molinete a un ritmo vertiginoso, ¡cuidado!, tiene el índice y anular de un gorila patoso, pero cadencia amplifica porque le agobia la tragedia de ser descubierto, en cualquier momento puede presentarse un abogado o un tuerto.

Cretino emitió el graznido ronco de un cuervo, retiró la secuoya y al compás de sus rayanos jadeos hace alarde de una crema viscosa en su palma abierta, níveo elixir ha eyectado del chorizo por su compuerta. Párpados sello, que fechorías de tal magno calibre tiene un desenlace fatal, pero caricia exclusiva es el de una mosca efusiva, ¡aparta, pesado!, tengo la buena noticia de que el puerco se ha largado.

Dolor es difícil de describir, supera con creces a la murga de un enjambre, la guarra insurrecta que se descuelga y traspasa divisoria de la estrada me pica y escuece, pero la lesión por la violación es otro tipo de calambre. Dentro de mí experimento un daño que es imposible de medir, arde como brasas y de nada sirve el consuelo de que hay víctimas a masas. Rol de mártir en lloriquear tampoco voy a interpretar, tengo en mi biografía actual otra circunstancia intrépida, de la pilastra me he de desatar, y afrenta se complica, dado la fatiga hace mella, la hambruna me atropella y mi salida es la amnistía de algún polizón o doncella.

Subordinada mi mente a la tarea de dar consuelo a mi tormento, vinieron a toda pastilla dos corredores, saltan como cabras montesas, y al percatarse de mi situación ralentiza la carrera el líder en cabecilla, catalejos me repasan como el jardinero con el rosal, y en el paréntesis de su galopada indica mi posición a cuya pareja hombruna abarrota la pandilla. Mequetrefe es inmune, y aunque insiste el maquinista que estoy sola le conmina a reanudar su trayecto, ¡por detrás vienen viejas!, me notifican sin ni tan siquiera esbozar un arqueo de empatía con las cejas.

Marcharon cual galgo persigue la liebre, y deposito toda la fe en cuyos dinosaurios hembra oigo que transcurren en el carril angosto, ¡pisen pedal a fondo!, pues con esa inercia van a tener mi encuentro en agosto. Aterrizaje que se retrasa armoniza el canto delicado del carbonero común, es fastuoso su turquí y marengo en el plumaje de su chola, celeste en sus patas y su cola, azur y marino también enarbola, blanco en el pómulo y amarillo en el pechero, ¡muchas gracias!, ojalá tu gorjeo azuce la bondad de cual persona tenga el ridículo detalle de cortar las jarcias.

He oído avanzan dos mimosas ancianas, por el timbre gutural y la pachorra han de tener sus greñas repletas de canas. Geografía para pingüinos es un riesgo, que ya intuyo la ruta es inhóspita, aunque megáfono de su gaznate me las coloca en la encrucijada limítrofe, rezo que al toparse conmigo desnuda y atada no propicie sin querer con su matanza una catástrofe.

Germinaron cual espectro entre el torvisco, ¡hay que celebrarlo!, es un arbusto sin guillotinas que ni corta ni perfora, y añade el hada que una medalla por su hazaña le condecora. Cuéntame cuál es, de sus hojas me comenta se tiñe seda y lana, y en complacer mis gustos por las ataduras revela que con su corteza se puede atar al cónyuge y la fulana. Proeza es debido a que es una cuerda natural, flexible y dotada de cuya resistencia se demuestra al talar, ¡haga nudos firmes!, y prometo no se podrá soltar, ¡pero alerta!, que es bribona la chiquilla, ¡hágalo!, y su tóxica resina irritará las mucosas de la piel a ese tortura que sufre el toro cuando le clavan a centenares la jeringuilla. De ampollas se inundan los enfermos, diluvio de diarrea es un castigo en los incultos, y para que tome conciencia sepa que, si echa su resina al acuario, para salmones o atunes asfixiados no hay indultos.

Seniles carcasas dilataron su hocico a esa magnitud que van a extraviar la dentadura, y con siamesa estima a cual demuestran por los retoños acudieron prestas para atajar mi amargura. Avance interrumpen por leer el aciago pergamino, ¡aceleren!, que por las dioptrías o la presbicia repasan lentas hasta la ortografía del segundo renglón, ¡pero qué habrán leído!, pues esa momia me ha llamado pendón. Expresión es sin hastío ni tedio, sólo una blanda ternura que habrá copia similar en la falsificación de un rapsoda bohemio, y al balbucear la octogenaria su desvarío de suposiciones produce en la infantería un inaudito contagio, ¡qué ocurre!, me tratan como aquella nuera que la suegra quiere que se muera.

Decana alza sus puños de pasa rugosa, y el talento afable que se les adjudica por respeto se aniquila en el mínimo tembleque por las saetas del reloj, dado un maullido escandalizado emitió una de las longevas, ¡atienda, gruñona!, que del guion soy inocente, mas justificación no le convence, calificativo que a mí se refiere es el de indecente. Vetusta se sulfura, ¡cálmese!, que los enfados en su longevidad terminan en sepultura, pero la decrépita prehistórica asió un bastón, y turulata me atiza en el jamón. Glosario que despotrica es aquel diccionario hereje que se enseña en el colegio de monjas, aleccionan con las ostias esas clérigas que poco saben de jabones y esponjas, y de la tunda salvaje me libro por la intervención de las otras devotas, que la tortuga estaba decidida a dejar mis costillas rotas.

"Un viento huracanado derribó el árbol al que yo estaba atada"

Emigró la repulsiva arpía entonando un torbellino de improperios a través de escarpas, y de mí ya nada puedo decir, que extenuada me he rendido, sabrá el destino si esta es la data del almanaque en la cual me habré extinguido. Onomástica estoy por tachar con la cruz, cuando justo entonces ocurre un incidente que se ha convertido en leyenda, pues por estos terraplenes salió a trote despavorido un avestruz. En plumaje veo incrustado un cardo abadejo, ¡increíble!, quién ha provocado que este misil cruce al pastizal por el dominio de su concejo.

Huye al regazo de la jungla, ¡quién te persigue!, es un céfiro titánico que se alza por el soplo de los cíclopes, ¡miren!, todo se agita cual niñera mece la cuna, tirotea en su huracán torpedos desde la tribuna, aquello ha sido un hipopótamo, y en la caravana hay un obelisco y los duendes de la aldea, y en la rodilla me ha impactado una aceituna, ¡sonreirá vos!, pues he tenido fortuna. Sí, ¡créame!, soplaba con esa fuerza que el remo en su braceo contra la corriente se ha descuartizado en mil trozos, ¡lo que faltaba!, serrín son tachuelas y estacas que disparan sus arqueros, es imposible ver dónde se han apostado los gamberros. Bufaba que un ciclón a su lado es una suave brisa marina, y monolito que me mantiene detenida se tambalea, su inapelable derribo no lo evita ni la grúa con la polea.

Ariete se desploma e inicia su alocado descenso por la vertiente escarpada, ¡párate!, que a ti sigo aferrada, pero chofer capitanea el volante que ha obtenido el carnet en la tómbola o al funcionario que soborna, pues a leñador lo embiste que lo envía a planeta espacial, oigo en la troposfera su injuria de llamarnos criminal. Dígaselo a él, ¡a mí que me absuelva!, que yo amordazada he avisado apriete la palanca de parada, hay delante un herbívoro en el supermercado, embucha tulipanes y la floresta, pero gañán oprime con aquella alevosía que es indudable nos la vamos a pegar, ¡dame un casco!, o déjame bajar.

Tortazo se produce en las confluencias del riachuelo y el barranco, ambiente es lóbrego, y ciénaga que se amontona tiene en su agua una homérica cabalgata de burbujas, han de habitar en sus profundidades todo tipo de monstruos y granujas. De allí quiero huir, pero la epopeya es utópica debido a las maquiavélicas ligaduras, ha edificado con ese esplendor que dio el éxito a cuyos soldados lucían la magnífica armadura, y yo asimilo que estoy cerca de mi meta, letras adyacentes con mi nombre popularizara algún profeta. Pestañas aplaco, y mientras aguardo resignada el devenir presiento que una legión bucea por las aulas coralinas, ¡exagero!, es turbio su cauce, mas cual alud se desplaza sumergido es pura verdad, ¡qué bicho es!, aquel que, a diferencia de nosotros, tiene la inteligencia suficiente para no desafiar la ley de la gravedad.

Cangrejos son los mecánicos, eufonía de su solemne chirigota pienso que son sus tubas y violines y clarines, aunque advierto a lectora y congénere en la butaca que en cuanto atañe a la música soy bastante torpe, ¡observe si no el ejemplo!, es la fricción de sus pinzas la melodía que contemplo. Trepan por mi escultura a su libre albedrío, coronel gobierna el timón, milicias magistrales custodian la batería de toldilla, y con sus fogonazos convierten a la escuadra hostil en papilla. Marineros asumen la vela de mesana, maestro protege la gavia de trinchete, grumetes asean del castillo al alcázar, indígenas que se han enrolado escalan hasta la grimpola y el vértice del palo mayor, ¡todos preparados!, los muros de la fortaleza van a ser asaltados.

Trinchan con ese empeño que el gandul protestara por el salario desde su hamaca, pero corte del sastre no soy capaz de transcribir, dado la cortina opaca que rige desde eras inmemoriales se había ceñido con aquella majestuosidad que al búho le da de vivir. De las enredaderas ya me he desprendido, aunque tirito porque son glaciares los grados que marcan la temperatura, y los signos de la congelación mi piel tritura. Rugido retumbó con ese poderío de la hercúlea tempestad, y en la riña que me llevo de los crustáceos por tal alborozo matizo que yo no he sido, ¡de ésa cúspide arbórea he venido!

Pantera temible pone a todos sus pies en polvorosa, ¡cómeme!, soy tierna y deliciosa, pero felino tiene nobleza que de mendigos a ricos escasea, y abrigo que me ofrece es de excelente calidad, ¡insensata!, bárbaros furtivos de mi tribu van armados con fusiles y escopetas, apisonan el gatillo y mutilan con las bayonetas, mas la gatuna manifiesta que son hebras caídas en la felpa, ha zurcido y ha puesto cremallera, ¡qué alivio!, aunque en mi penuria me han robado hasta la cartera.

Gratuita es la ofrenda, y sabida que por su tejido no hay en el precio la bermeja lava de nadie me monté en su dorso, salta con unas maniobras y una agilidad que ni en trapecistas de los circos he visto tal excepcional destreza, y estación donde me apeo es aquella trinchera que ha trazado el mezquino público rutinario con la naturaleza.

Épica he aquí culmina, pero recuerdo que en los novatos parágrafos ha habido algún fanfarrón que ha puesto el filo del puñal sobre si en la novela hay alguna frase verídica o es patraña hasta la última sílaba, y ahora, cuando se ha de pronunciar desde el atril, se hace el despistado mientras silbaba. De no saber usted por qué les defrauda con su automática cobardía ¡yo se lo digo!, actitud vergonzosa que se expone en mi comedia existe real en la peor calaña, ¡cuántos son!, contabilice uno a uno desde el palacio del monarca hasta ¡quién sabe!, no es descartable su propia cabaña.

 

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