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Fachada de cuya morada es el escenario de esta fábula tenía ese aspecto fantasmagórico que, de haber sido el truhan sensato, habría deambulado por el arcén a las antípodas, pero en un alarde de enfermiza vanidad paseó aledaño a sus adobes el pazguato. Muros exhibían un rocambolesco pigmento de marengo fosco que dispara los latidos del corazón mientras se acerca, y la tristeza mate que transmite invita a la prudencia, desde la alcahueta a la puerca. Hiel de la ínfima parcela del jardín tiene un efecto inaudito, al pisar vuelve la zapatilla trémula, y es tan vasto el rumor que en la franja entre baldosas e hierbas alguien puso la pezuña por romper el mito, ¡qué ha pasado!, preguntó un chafardero, ¡sismo en su espíritu!, le ha descrito. Luz diurna apenas le alumbra por su turbia ventana, alfeizar son losas de arcilla, ponga una nuez y en la trampa no cae ni la ardilla. Dintel carece de visera, anchura entre el telar y la jamba abarca el diámetro de un apático abrazo, y en vertical ha de triplicar el palmo de un capazo. Bisagras ceden algunos domingos esporádicos, y cotorra que se inmiscuye en el diálogo añade los jueves a la lista, pero el resto de la semana tiene sus cristales cerrados, y la cortina que pende por el sótano del junquillo impide fisgonear con la vista. Aspecto es maravilloso para película de terror, pero en el barrio nadie tiene miedo, pues vive una joven cándida y huraña, es tan agrio su carácter que jamás le visitan sus patriarcas ni musaraña. Panadero del distrito disiente, ¡aquí me compra a menudo!, y al entrar con el educado ¡buenos días!, da su saludo. Barras elige de esa longitud hasta copar el embuche de la bolsa, paga con sus denarios a tocateja, y con la sonrisa afable que esboza se aleja. Cliente que pulula los suburbios de la ciudad se interesa por mansa sierva, ¡dígame cómo es!, va dotada de una hermosura que embriaga por su candidez, piel denota un tinte que decanta la balanza a la palidez, melena es de aquel rubio dorado que explorador cegato confundió su fulgor con el oro, y las pupilas cristalinas son de aquel turquesa que para sus joyas envidia la marquesa. Altura es loable, sobrepasa al charlatán cuyo tramo excede de la glabela, y la delgadez que impera en su cintura tiene el espesor cual traza el cometa en su estela. Forastero de quien nadie sabe su nombre ni su oficio me da mala espina, mas aquella gente bondadosa se basta con el consuelo de haberse ido, ha proferido un lacónico adiós al haberse despedido. Dirección que emprende es a la antónima esquina, pero el trayecto que emprende muestra la clara intención de dar un giro extraño, esquiva al nativo que airea su mascota, y al vagabundo desperdigado por el banco, que habla solo y suelta palabrota, regatea con una maestría que en el examen sube nota. Soto la fronda de aquel chopo cuya tarea asignada es adorno y sombra escudriñó nido de la golondrina, y ahí estuvo impasible hasta quedar desierta la calle desde ribera a la colina. Apresuró su trotar, se adentró en cuya selva es mala idea penetrar, y con la insistencia del cartero estresado llamó a la aldaba de su lar. Desde cofa oteó que nadie le viera, y al abrir ingenua la cancela le pidió ese hombre un vaso de agua, ¡qué burda excusa!, arguye se ha desecado como atleta en la piragua. "Chica inocente le dejó entrar en su casa" Ángel inocente se mostró encantada en su servil samaritana, y del pórtico al vestíbulo penetró el bribón con ese gracejo en el salto de la rana. Cerró el pórtico, y aprovechando que la párvula despistada desfiló a la cocina trabó la madera con la falleba, lacró la cerradura con el rotar de la llave, y ganzúa amagó en donde solo él sabía su enclave. Libro en el estante originó la mundana conversación con la que consiguió sentarse en el sofá del comedor, ¡échalo!, es un sospechoso anónimo dotado de aquel léxico que abunda en pesado vendedor. Vicisitudes de la novela versa sobre un drama, ojea su prólogo y al párrafo del primer capítulo da lectura, mas en el punto y aparte presume por ser un amante de la escritura. Explica el parlanchín trabaja en su propia obra, y con la pompa típica de la soberbia exalta su literatura. Virgen a quién sólo le faltan dos alas albas por simbolizar la paz bajo la cúpula de azul celeste, se mostró interesada por el relato de cuyo bípedo es todo mentira, ¡chiquilla!, los dulces poemas que pregona copió de cuya biblioteca dista de aquí una milla, y el transcribir las frases con sus garabatos a bolígrafo lo empezó en aquel crepúsculo cotidiano que nació en marzo, y terminó con la madrugada esparciendo por su manto las estrellas de gualdo cuarzo. Bendiga vos el lance que puede acontecer, pues se cierne un halo tremebundo cuando se cruzan el candor y la maldad, pero depredador desiste en la premisa de atacar deprisa, dado es un ambiente agradable, y el uso de la violencia, quizá por excepción, será evitable. Charla es distendida, y en la generosa amabilidad confiesa la moza vive en soledad, soltera desde cuya adolescencia le cifra la antigüedad, mas el comentario provoca en los contertulios sus mutuas carcajadas, ¡cuántos años tiene!, son seis las onomásticas del cumpleaños que desde la veintena han sido celebradas. Por el beso del amor no tiene urgencia, y por evitar la custodia en los llantos de niños se ha declarado del embarazo en abstinencia. Obrera gana los ducados con sus sacrificados sudores, le da para mantener esa choza austera, en verano le cobija de la sofocante canícula gracias al grosor de sus tabiques, pero al llegar los gélidos inviernos acucia la humedad y el frío glaciar, y a ratos enciende la caldera. Intervalos es debido a su pobre economía, aún tiene esas cenefas de la abuela en el aseo que ansia cambiar por azulejos de un lindo turquí, y sueña con el almendro y el cerezo plantados en su césped, aunque al revisar sus ahorros asume tendrá la margarita primaveral como único huésped. Confesión apunta el bellaco en su íntimo diario, y la devota afligida sonríe por cuya actitud insólita es de un esbirro secretario. Ávida por la curiosidad que le corroe, pregunta si hará de sus penurias un guion, o es el recuerdo para comprar en el supermercado la cebolla y el limón. Fue sobre la hoja impar de su cofre níveo donde trazó las líneas horizontales, y destacaba que el arranque del renglón lo componía una fecha, del cero al treinta y uno disponía por elenco, y hecha la selección trazó una flecha. Mayúscula que le sustituye corresponde al mote de la dócil fémina, y el párrafo se completa con las grafías que describen la efigie de la doncella con cariño. Trino suave elogia por su dulzor, carácter halaga su serenidad, y al indagar desde el cardinal inverso su redactado se aprecia algunos adjetivos de índole romántico, esmeralda distingue en cuanto se refiere al pecho, y como cráter reseña esa otra parte que le separa un módico trecho. Sexo es la palabra que el malandrín ha repetido, y una especie de épica delirante es la estructura con la cual su oración ha concluido. Conforme a su caligrafía, es imperfecta en su ejecución, desordenada en el volumen y la obesidad, condensada en la unión de cada pieza en la letra, pero espaciada cuando el alumno en solitario ha de salir a la palestra. Márgenes entre hileras son inferiores a la norma clásica, exiguos en cuyos canales de aire calcan el error de trogloditas si hubieron en la era cretácica, y en lo que respecta al flanco zurdo y diestro llamaba la atención su precisa alineación, es con aquella exactitud de quien ha usado en su plantilla la escuadra y el cartabón. Consonantes y vocales había de muchos tipos, angulosas las aes y de crestas bajas la í latina, con óvalos sencillos la grafía que determina el masculino y las erres donde plasma torsiones que, en su bucle, aumentan de forma paulatina. Tildes son peculiares porque las sitúa en la estratosfera, las comas ahoga en la albufera, las eñes ha colocado que levita su deforme chistera, y para hallar la huérfana diéresis ha de consultar el radar, dado la ha propulsado a la troposfera. Por borrar la punta de la te ha pintado una maza, y las comillas que ha inscrito en un tramo sarcástico de la crónica es un signo inequívoco de cual peligro amenaza. Inquirió la incauta por el argumento, ¡es sobre ti!, replicó contento. Epopeya es aquella aventura audaz que a la heroína le da la fama, y al querer leer su destreza con la pluma estilográfica le hizo una propuesta, ¡vívela!, expuso bandido con ese timbre horrible que indigesta. Sin embargo, actriz se mostró imperturbable, y animosa quiso practicar con el prefacio, ¡de qué trata!, de una valiente princesa que se topa con cuyo hidalgo puede ser rey o una rata. En una celda está encerrada, y mientras rige su cautiverio llega un caballero con esa hechura del gladiador experto, centinela yace muerto, y al proceder con su rescate queda la incertidumbre de si libera al rehén, o tras tortura la entierra en el huerto. Fascina el talante de su inventiva, y el coloquio les ha dado una proximidad que le permite al forajido tomar la iniciativa. Abre maleta cuya envergadura acoge el cadáver de un elefante, se coloca en cada mano un guante, y con el gesto artificioso de guardar su cuaderno extrae un funesto machete, coloca el filo tajante en la frontera de su gaznate, y le advierte que cualquier movimiento estúpido provocara en su cuello un reguero de fatídico granate. "Cuerdas y mordaza extrae el psicópata de su maleta" Gacela aturdida desconoce si es una broma o va en serio el tigre, pero producto de la perplejidad y su altruista bondad, acata las órdenes del villano que se engrandece. Le ampara las socias murallas de aquel grito de socorro que ensordece, y sin rechistar cumple con la consigna de sentarse en cuya silla tiene barrotes y respaldos que son el diseño habitual de las mazmorras del medievo. Ya aposentada en el trono, agarra artilugio cuya esfera ovalada es como un huevo, diferencias radican en que dobla el tamaño y su corteza es sólida cual cemento, y al introducir objeto al interior de su cavidad bucal queda por idioma de la indígena un sintomático lamento, ¡huye!, o de lo contrario suplica la venia de redactar testamento. Medita la prisionera travesía por seleccionar, ¡a qué esperas!, cinchas se aferran a los pómulos, y la hebilla que las constriñe por debajo de los lóbulos se abrocha al máximo tras el cogote, mas la reacción es nula en la tonta del bote. Desquicia su parsimonia, diría el juez que con ese comportamiento la víctima es compinche del bastardo, y tiene por agravante que deja sus brazos inertes a la espalda, denuncia desestima y magistrado concluye, ¡querella en el bidón de la basura ardo! Con esa impunidad que me enardece, cuerda enrolla por sombrero del calcáneo y el astrágalo, circuncida su perímetro alrededor, estruja como anaconda asfixia a sus capturas, cuatro vueltas al circuito son ese episodio de las ataduras, y en la clara intención de afianzar a perpetuidad emprende un recorrido por la cuenca interna de su ártico al antártico, reitera el viaje, y se apea en la estación de ese nudo imposible de abordaje. Lianas prosigue por el cúbito y el radio con esa virtud que en la caza es herencia desde que la humanidad tiene memoria, y en el embrollo que zurce del estilóbato al pedestal del húmero consigue su gloria. Sastre cose por la incisura yugular y a saya de la clavícula, repta por el esternón y donde la cruz del apéndice xifoides, y al serpentear por el serrato a los costados se introduce en aquellos huecos que sólo es apto para minúscula partícula. Extiende el amarre al recto del abdomen, roza el ombligo y conduce los cabos a las costillas, asciende a la axila y bloquea la salida por cuyos hombros son la buhardilla. Maraña ha enhebrado que al mobiliario ha enganchado, y por ese disfrute macabro que es típico es nuestra especie le exige ademán de escapar, que hasta entonces, y aun asumiendo que la conducta de la convicta es inverosímil, la vasalla no ha intentado por ningún método usurpar. Forcejeo que emprende tampoco le supone mucho desastre, pues el vaivén es a proa y popa, y al verse impedida de avance y retroceso vira el timón a babor y estribor, idéntico resultado sería para millones de personas un auténtico pavor. No obstante, rea se muestra con ese sosiego que es difícil de describir, y en buscar algún referente a imitar confluyo en situaciones que es antagónico su definir. Tropa ingente de sogas se dirigen a su tobillo, ¡óyeme!, dale una patada en la sien que deje inconsciente al pardillo, pues ya es compleja la fuga atada y amordazada, pero si continuas en la mansedumbre llegará el mamarracho a una cota de locura cuyo desenlace será similar al de alimaña enjaulada. Consejo lo dicta también el uso de la razón, y espectadores se mantienen a la expectativa cuando enrosca el cordel a boina del calcáneo, atrapa el tobillo contra el leño por la región del maléolo, retuerce con esa ira que se le presupone al diablo, y en las ligaduras ya es seguro que no huye la burra del establo. Se explaye por la tibia y el peroné, da rodeos como su fuese un remolino, y en la serenata que canta por romper la incomodidad del silencio exclama calumnias espantosas, vierta vos tal agravio a sus flores y marchita fulminante los pétalos de las rosas. Aprieta cabreado con esa saña que en su gemelo el cáñamo ha de doler, oprime por el soleo, y acomete cruel soto la rótula para exprimir de su flema alguna queja, pero estoica soporta sin dificultad la soldadura de la reja. Algo no funciona en su cerebro, que el cabrito insiste en su otra pierna, implanta rabioso pulgadas de ese crótalo teñido de enebro, atrapa el sartorio y el femoral a los encajes de cuyos tablones se yerguen en su fortaleza, y al concluir la escultura ve que la coneja se mantiene ausente, ¡qué ostias te ocurre!, grita desorientado, que cualquier mártir ya hubiera suplicado. Verdad suprema del mequetrefe es un tópico universal, pero supone que ya despertará del hechizo cuando vea la guadaña letal. Por el momento, paso siguiente es desgarrar su vestimenta, y para hazaña de tal fechoría se sirve de aquella daga que su mero porte ya atormenta. Corta el vestuario en jirones con esa cólera que ya desiste la modista de remiendo, y debido a que las cadenas han apretujado el algodón y la seda se ha de emplear a fondo, empele con aquel forcejeo del tapón que en la botella se atasca, y casi por el brío urgido se puede catalogar de proeza haber eliminado hasta el último rastro de hojarasca. Quedó expuesta en aquella desnudez que en reclusas causaría estragos, ¡querrá saber su reacción!, es siamesa a la del poeta que contempla la puesta de sol en el paraíso de los caudalosos lagos. Instrumento del que se ayuda es un antifaz, coloca sobre sus pestañas caídas, y sumida en aquella oscuridad de la cual son reinas las catacumbas le espetó un desafío el rapaz. Reto fue acertar arma que esgrime, puede ser sable o aquel cartucho de plomo que el duelo dirime, o existe la probabilidad de tratarse de cuyo garrote, si se lo mete por el cenote, hará que su mina explote, pues está dotado de aquella corpulencia que se niega a jugar la ballena o el cachalote. Calló anhelando su ruego, pero la bruja sigue impertérrita en el silencio, y ya harto de tanta rebeldía jura va a dar su peor suerte, premio es la muerte. Señorita ha de ser asidua del psiquiátrico o esconde algún secreto, pues no se altera por el veredicto del paleto, y poseído de cuya furia ha saqueado a las bravas tempestades emprende un rosario de golpes y puñetazos cual si fuese un saco, reparte la somanta por los riñones y los pulmones, aporrea en la mandíbula y suelta ocasional una coz el jaco. Murmullos restringidos por la mordaza bestial emite a cada impacto, jerga es en el extinto sánscrito, pues la composición son manadas de emes y las oes que espontáneas saltan al ruedo, y es tal la ventaja del púgil que el público en taquilla apuesta por un solo favorito. Sangre derrama en el arco superior de la ceja y la fosa nasal, y la paliza finiquita el neandertal justo cuando la llaga en el labio tiene la hendidura necesaria por sumar su cárdeno afluente. Congoja del suceso estoy seguro que le provoca a vos escalofríos, pero no concuerda los bramidos tenues de la herida con los aullidos de búfalo escaldado que profiere la bestia enloquecida. Habría de ser al revés, quizá he de rotar ciento ochenta grados la pantalla, o revisar la secuencia por el envés, pues verdugo es quien ha perdido el norte, y torturada es la que sostiene el noble porte. Lesiones las tacha el simio de superficiales, y zarpas que le bullen posa sobre los senos indefensos, trapezoide y ganchoso en el vértice de la glándula mamaria, pisiforme y tubérculo del escafoides en la hermana lactante, metacarpianos en el cóncavo de la cúspide y la falange distal en cuyo pezón martiriza con un pellizco beligerante. Presiona con la energía de una pinza hidráulica, y estira que yo supongo que de la aureola lo quiere arrancar, pues se expande a esa longitud que varios centímetros alcanzo a contar. Retuerce cual toalla se pretende escurrir, y apretuja como aquel ganadero que ordeña la ubre de la vaca, ¡subnormal!, por obtener el lácteo habría de estar embarazada la flaca. Desciende el rebaño entero por el prado de la panza, vulnera el área protegida de la sínfisis púbica, y en el pozo cual se prohíbe la visita se permiso allana un polizón, yema del anular palpa del hemisferio austral al septentrional, bucea al fondo y en el empuje atroz pretende irrumpir en la cabaña de la tribu uterina, pero fruto de la gelatina pegajosa su imprenta dactilar patina. Meta es un fracaso, aunque gimoteos de la crédula ya le satisfacen, raspa con las uñas, y las venas que lija contribuyen al derrame del cual hay prueba irrefutable, ¡mire su huella!, derroche de su elixir es lamentablemente loable. Destrozos son visibles, y al patrón le advierten desde la torre de control que navega sin rumbo fijo, pero pirata impugna con un suspiro inconcebible, ¡qué ostias protestas!, si eres tú quien la tiene atada a su fúnebre crucifijo. En navío ha embarcado una tripulación de grumetes y marineros que gozan con el martirio, y por trofeo consideran aquel hilo de baba que resbala por el mentón, y al precipitarse por el barranco de la barbilla ha consolidado una estalactita majestuosa, ¡fíjese!, que al orangután le estimula su esquizofrenia caprichosa. Interrogatorio le place por aquel desvarío irracional de sus neuronas atrofiadas, ¡cuestionario es un trámite sencillo!, ha de responder con el murmuro de una parca sílaba, y al aplicar la pesquisa de bautizo se produce el efecto contrario a cual el cernícalo deseaba. Explicación yo se la doy, que científico no tiene voz ni voto en un cotarro, son mercenarios que sobornan las dictaduras por un catarro. Resultó que donde supuso la confesión negativa tuvo por retórica la afirmativa, y en cuya versión conjeturó la monserga positiva le otorgó la repulsa por evasiva. Infamia es la condena del infierno, y con el aurea blanca de la córnea embadurnada de cuyo azafrán leonado se extrae en las llamas de la hoguera, asió ese puñal que rescinde cual esperanza albergaba la ramera. Arboló como infantería aguerrida en el campo de batalla, y de un estacazo ensartó por su barriga el canalla. Cruzada esa barrera ya no hay la oportunidad de marcha atrás, pero en la contradicción de aquel demente que se regocija y se arrepiente, dejó el cuchillo incrustado en la diana, consigue con tal estratagema taponar la estocada, y pócima sagrada que se desparrama ralentiza el flujo vital de la guarra sacrificada. "Con el puñal y la soga quise darle muerte" Por no saber el desenlace de la matanza se escabullen cuadrillas de muchos lectores sensibles, prefieren podar jazmines, o ver una película de duendes y arlequines, y feligrés que se mantiene fiel veremos cuánto dura, dado empeora el daño cuando vándalo blande de nuevo la empuñadura. Lanza desencaja tal cual opera el frutero con la sandía, y el desenlace que se avecina será una agonía, pues ataca en ristre que cercena por el hígado y el intestino, embestidas va por el quinteto y multiplica la cantidad con alevosía, ¡mas algo no concuerda!, ya que la marioneta moribunda rebosa alegría. Pierde el brebaje mágico a litros, y de nada sirve sustituir los filtros, o traer flota de camiones con sus mangueras para rellenar los tanques de suministros. Defunción es inevitable, y sepulturero ha tomado ya martillo y pincel por grabar, en la lápida de su mausoleo, data del nacimiento y el ya intuido fallecimiento. Apellido es alías que da risa o pena, ¡qué poco tacto con la casta nazarena!, pero tarugo que merodea por la zona se detiene en el taller del luctuoso señor, ¡no tan rápido!, que la silueta se contorsiona en los límites restringidos por las cadenas, y ajetreo es de cuya viveza abunda cada estío en las playas o las colmenas. Estilete frena en seco, ¡es increíble!, que alzando su mirada a la chabola ve un espeluznante charco de sangre por la llana cerámica, se zambulle en su profundidad el buzo y la anchoa oceánica, y por comarca abarca del continente africano a la cordillera pirenaica. Cascada brota de las vasijas y depósitos que conviven con el esqueleto, y la finca que debería de estar arruinada se mantiene en una terca plenitud que perturba la cordura del cateto. Soga que se dispone a usar ya demuestra su frustración, dado no contribuye al éxito otro hueso atar, aunque el lazo que elabora es aquel corredizo que se utiliza para el adversario ahorcar. Coloca en contacto con el esternocleidomastoideo, ¡menudo mote!, en laboratorio sobra mucho pasmarote, y como carnicero que afianza el jamón por el casco apretó al máximo la tráquea de la presidiaria, trabó el cartílago tiroides, y de la cripta de su laringe profirió gorgoteos terribles que sonaron con ese eco de quien hace burbujas, ¡qué dice!, traductor ni tan siquiera atisba si son esdrújulas. Estrangulación no piensa aligerar, y la masa espumosa que se suspende en el columpio de su perilla esculpe un zarandeo frenético de oriente a poniente, balanceo es el de un péndulo sobre la alfombra de un terremoto, y la misericordia a la que cualquier convicto apela se halla en un témpano remoto. Ajetreo del restante armazón es escaso, dado las recias ataduras la sostienen en cuya poltrona ha convertido en su féretro, y la única variación ostensible es en su faz, tiene una apariencia bermeja que, a medida avanza la privación del oxígeno, se torna coral, mas el grado de color oscurece hasta aquel lúgubre de la mermelada morada. Cantinela que resuena tras la tapia de la mordaza son unos aullidos que despertaría la curiosidad del arqueólogo que descifra jeroglíficos, y gruñidos acompaña con un tintineo perceptible en sus dedos fideos, gesticula con aquellas contracciones que por reiterativo dan calambres, pero fuelle del resoplar ya ha cruzado cuyo pórtico da la bienvenida a todos los mamíferos fiambres. Brío implacable con cual constriñe emboza el istmo, quiebra la triángulo carotideo, apaga los ramos cervicales del nervio facial, en arterias se declara sequía, y la vaga de las máquinas se detecta en el colapso de su meñique tentáculo, ¡por fin!, se complace el pillín, ¡ha caído de su existencia el báculo! Durante unos minutos se recrea en contemplar yace la momia inmóvil, y ahora, según las normas previstas, habría de limpiar el tablado y largarse a todo trapo mostrando sus habilidades escapistas. De todos modos, demasiado fácil ha sido su sádico asesinato, ¡algo no encaja!, y en este detalle no ha caído el mentecato. Entusiasmado por el éxito de su epopeya, emprende la tarea por recuperar todos los utensilios con los que la ha esclavizado, e inaugura el desmontaje por cuya visera ha conseguido sus ojos vendados. Libra el corchete que lo sostenía, y de repente acaece un hecho sin precedentes, ¡son las córneas!, tienen una salud y fuerza sorprendentes. "Cadáver abrió los ojos con una fuerza jamás conocida" Del susto da un brinco que sus pies se impregnan del rúbeo mar hasta el talón, y la ola que ha provocado en el pantano empapa la bodega que calza el varón. Párpados que tapan el faro de la retina emiten un guiño espeluznante, es aquel sarcasmo antiguo de quien se burla en su venganza grotesca, y la sonrisa maquiavélica que bosqueja la loba derrite la goma de la bola como si fuese un pergamino en la escotilla de un volcán. Tiembla el sultán, cuerdas se han convertido en ceniza, cardenales y roturas e incisiones cicatriza, y cuyo néctar hubiera sido el símbolo de la mortaja para cualquier de nosotros adopta la esfinge del patán por nave nodriza. Raíces que extiende la mancha van desde la dríada al manjar, ¡de qué delicia hablo!, es el asno que el anzuelo acaba de picar. Pelos se filtran por las alcantarillas de sus poros, pinchan las tuberías de las arterias plantares, y al virar en el arroyo de la tibial posterior ya no hay quien les pare, y ante la imprevista emboscada, bruto opta por el escape, pero cuneiforme y navicular se descoyuntan, cuboides cascabelea cual dado se arroja al tablero en busca del azar, y los tendones flexores son aquella vara frágil y oxidada que, al doblegar, se destrozan en cuyas ingente multitud de astillas olvídese de los doctores, ¡tan sólo le queda rezar! Relincha por ese miedo que rebasa con creces cualquier otro que en rimas previas le habré mentido, y su cúpula craneal rueda cual pedrusco se desprende del peñón, pues los filamentos caníbales se han filtrado por la safena magna, y rebasan la intersección de los cóndilos a esa celeridad de la bala de plomo que dispara el furibundo cañón. Gravedad que reviste jamás se ha documentado en los anales de la medicina, y avanza con aquel portento de quien le empeñe un huracán, contra su viento no se bate ni halcón o gavilán. En su humillante postrado canino lanza un chillido, ¡quién eres!, con un gallo gutural que labriego ha tomado su modular por pauta, ¡escucha, hijo!, así es como se toca la flauta. La destroza súbita por el muslo es una hecatombe, festín en el banquete es atronador, y en bandeja de plata les sirve el hotelero cachos de la vena pudenda, cónyuge quiere por gachas la cutánea, y el invitado que come cual hipopótamo se relame con la lengua en la exuberancia de la femoral, es tan tragón que una pizca de la epigástrica mangonea. Todo ello conlleva que la carne del gamberro adopté una gama de pigmentos que oscila entre el argento y calizo y el grisáceo que tiñe la espesa humareda, ¡atentos a las cornetas!, anuncian se acabó la veda. Náyade se yergue con ese esplendor de la vela arriada en el mástil, y si hubiera vos visto la soltura y desparpajo con que se movió estaría huyendo ahora mismo cual mono se desplaza por las ramas, mas gorila es incapaz de levantarse, y su impotencia queda patente en el aria de bramas. Verbos son aquellos que desgasta el cobarde, implora que su fusilamiento retarde, pero una porción de su pastel ya no existe, ¡mírate, alelado!, en el cucurucho de plantígrado te falta mitad del helado. Telón que se extiende es cual ríen desde el palco quien mata, y para el esclavo que lapida el secutor sólo queda el consuelo de ser cuyo bufón ha originado las mofas en la dama escarlata. Quiero decir con esta afirmación, dado de ser usted suspicaz tendrá en su rebatir alguna controversia en interrogante, que la sirena presentaba un aspecto alucinante, inmaculado cual rubí amatista se exhibe en el escaparate del joyero, o como los estambres y corolas que agasaja cada mañana el astro febo jardinero. Por el contrario, llora en aquellos decibelios justificados de quien se muere, pero fallecer suyo es extremadamente lento, se deseca como una pasa y se pudre exhalando ese fétido perfume que es efectivo por sobrevivir en la mofeta, mas de la hiena ya pueden ir forjando en el cementerio su arqueta. Recalcan desde el negocio mortuorio que mayor largarie tendrá este difunto, ¡qué va!, diosa se lo zampa con los hilvanes que les unen, y del gárrulo hay trozos que son pellejo pansido, chicha y chuleta en la periferia de la espinilla ya ha consumido, y al verse el rufián la extinción que me he chivado aulló a tal tenor que las jaurías siberianas captaron su ladrido. Morir es su deseo, que al segar por la pelvis su autovía sacra se produce tal descalabro que camiones y aviones y autocares o vehículos de todo tipo evitan el obstáculo por dónde les da la gana, transportista en la hemoglobina comprime enajenado la bocina, y las palabrotas que se perciben por ecos son de aquella marrana, ¡joder!, diccionario de insultos será por el mal humor de tener en el culo una almorrana. Espabilado quien se cree un genio da maniobras que son dignas de malabarista, persigue el cauce de la arteria autopista, pero la atmósfera es de final, ¡se acabó!, pues hay el débil que se suicida arrojándose del puente, y el político que, si ya no lo era, cumplió su fantasía reprimida de volverse delincuente. Se oye a quien se cree profeta con su homilía incongruente, y los coros son de comediantes que se desmoronan en cuyos funerales son un timo recurrente. A ganglios simpáticos le preguntan por el mejor itinerario, pero es tal cual aflicción invade la urbe que lo envían a la mierda los antipáticos, ¡compréndalo!, colon se ha deshecho, hígado ha suprimido su esencial química, y el estómago emite unos espasmos que vomita lava caoba a una rutina cruenta y rítmica. Diafragma bombea con aquella anarquía de cual luna llena viene el martes y retorna el sábado, y los nódulos mesentéricos salen como perdigones a toda mecha, con ese caos de cuyo bisoño oprime el gatillo por si acierta de chiripa en algún venado. Cavidad pleural se encharca, y el árbol bronquial se obstruye en tal densidad que en el zoquete se agota el aliento. Sorbos por insuflar aire producen para los buitres un jadeo suculento, ¡ahí están!, tenedor y servilleta acechan la vianda a su temperatura idónea, ¡cuál es!, marca el termómetro aquella raya que no quema y no es hielo, y en cuyo recinto para lágrimas no hay pañuelo. Chilla que es para reventar el tímpano, y es tal su estridencia que desde la toldilla de la calavera no se aprecia el graznido de las gaviotas, ¡de dónde viene ese berrido!, se preguntan las navegantes, ¡es la angustia mortecina que nos transforma en mutantes! Es tan descomunal el hinchazón sanguíneo de las bombonas que las botas se comprimen contra el pericardio y el sarcófago torácico, y títeres de la aduana detienen el tráfico en la vena subclavia, ¡qué ocurre!, inquiere un taxista, si hay accidente por si algún descarriado se ha salido de la vía, pero por causa le dirime se ha superado en el local el aforo completo, y las alternativas aún no se han dispuesto. Trabajan en achicar, se exhale y se expele por las náuseas que le abruman, pero a grúas de la musculatura les falta gasolina, excavadora tiene avería trágica en la turbina, telescópica fastidia con su antena sin adrenalina, y la mole de la cosechadora se ha marchado, que desde la tiroidea y la carótida le han llamado. Encargo desde aquellas fincas resonaba en las cuevas de las angustias, y al tomar la cubo por si acaso prendió fuego al pajar advirtieron de una catástrofe, ¡los canales han sido aniquilados!, y compuertas que administran el torrente correcto son láminas de aceros acribillados. Se hunde la nao capitana de la santa, botalón es viruta, cebadera es un miserable poste que flota sin refugiar al naufrago, y trinquete son retales con los que sueña la ama de casa por resucitar ese pantalón o chaqueta que vapuleó los ciclones con su mazo y su raqueta. Boneta es un retal rojizo, tolda presenta ese aspecto apocalíptico cual colador ha diseñado un gigantesco granizo, y bombarda se ha desvanecido, hay carteles por encontrarla en el tambaleante palo de mesana, pero nadie la ve, ni en la gavia ni el pasadizo. Sobre barro de pestilente hierro agoniza, y si hubiera vos sido testigo ocular del espectáculo le aseguró que jamás olvidaría la traumática efeméride, pues el monigote se derretía con esa misma deformidad que el plástico en la fogata, ¡observe su cabeza!, diría es una coliflor o una lechuga, pero si lo mira sin prejuicios ni hipocresía verá adquiere la geometría de un melón que se arruga, ¡aguante un instante!, estamos en aquel proceso de lavadora que centrífuga, ¡mire dentro el bombo!, es gracioso pues se disfraza como si fuese el caparazón de una tortuga, y las ampollas que le salen explotan con la repugnancia de un grano de pus o una verruga. Jeta se ha disuelto hasta tener el mismo retrato de una patata monstruosa, y aquel torso ante henchido, que persiguen tontainas de gimnasio con su pavoneo a diario, es cual mástil podrido quedó varado en cuyo acantilado cría los albatros, tuvo en su adolescencia el mundano idolatro, mas con el cohete ya en modo ignición por enviarlo a la condenación eterna tenía un aspecto repulsivo, imagínese una bandera hecha añicos y con esas grietas que, a su través, se ven al horizonte los picos. Vísceras cuelgan como si fuese una ristra de longaniza, y los carroñeros impacientes, aun estando el espantajo vivo, le destripan con aquellas peleas de rapaces por ver quién come antes o en mayor cantidad, ¡oídme!, esto se soluciona anotando los kilos en la pizarra con tiza. Zancos que erigió en pértigas el zopenco es un escuálido palillo, y si me concede un momento para escrutar con detenimiento diré que el cuádriceps se ha diluido por completo, dado no encuentra fibra ni el sacerdote o el monaguillo. Aductor se ha extinguido cual dinosaurios por aquellas eras limítrofes al pleistoceno o al periodo cuaternario, y poplíteo es de aquella textura que cirujano desiste en reparar, ¡preparen ya el obituario! Carnaza putrefacta querrá saber mi leyente porqué desapareció, ¡tengo mi teoría!, debió de ser aquella capa aliada en el ciclópeo tifón, cual si ojeaba al prodigio del microscópico se apreciaba nítido la marabunta de bacterias, descomponían la materia orgánica generando unos efluvios gases que impregnaban la sala de un hedor insoportable, ¡aplaudir, idiotas!, es la justicia divina para ese cerdo deleznable. Es lección para aprender el cambio de las tornas, ¡quién rebosa dócil inocencia!, les pregunto, la manceba o el fulano despreciable cuyo epitafio es el rezo por clemencia. Quizá me equivoco al deducir la plegaria, y es probable que sea una injuria de cuyo cavernícola escribo ya su desenlace, ¡váyase del planeta!, y que la historia elimine cualquier rastro o descendencia de este execrable energúmeno, ¡fusílenlo!, con la escopeta y la bayoneta. Yo les diré qué han de redactar, ¡anoten!, hubo una cabaña donde vivía sin molestar una noble estudiante, aplicada en los deberes y ordenada con los enseres. Escoria de parásitos le quiso molestar, mas en aquellas discusiones que estallan en la privacidad de la madriguera logró a todos espantar. Vecinos ironizaban ante su persona con la mala suerte en sus romances, dado fue afable siempre desde el octogenario al imberbe, y al preguntar si los echaba a escobazos o en la destreza salvaje de latigazos respondía con una sorna, pintarrajea en la valla cuya gota simboliza su victoria que por aplastante abochorna. Dele un rodeo a la chabola si ese gesto le alivia, hágalo a caballo o siguiendo la caravana de las hormigas, y si tiene miedo a perderse aplique el truco de las gallinas con las migas, ¡pero espere!, botarate ha sido un macaco en singular, y he aquí la muesca en el mural, mas en el dique percibo su sobrina y su prima y su cuñada y su nieta, ¡marcas hay en plural!, y yo ¡qué quiere le diga!, simplemente me alegro, que si el enemigo fueron sicarios del cacique yo jamás he sido, ni soy, ni seré, neutral.
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